* Faltan estrategias y proyectos para el
desarrollo de la agricultura de temporal y de riego
* Urgen estudios para incorporar nuevas
tierras al cultivo de riego y temporal
* Apremia rehabilitar presas y sistemas
de riego que eviten desperdicios de agua
Redacción/Quihubole!!!
Por: Steven Exkovedo
CIUDAD
DE MÉXICO.- a 23 de julio
de 2019.- En repetidas ocasiones el Presidente
Andrés Manuel López Obrador ha señalado que, entre los objetivos que pretende
su gobierno, está el de alcanzar la autosuficiencia alimentaria. El actual
Secretario de Agricultura y Desarrollo Rural, Víctor Villalobos, aceptó el reto
y le respondió “va”. Este propósito es totalmente loable, pero imposible de
realizar.
Sin embargo, la sola frase de
‘autosuficiencia alimentaria’ causa múltiples interpretaciones, sobre todo en
tiempos caracterizados por una globalización que implica relaciones comerciales
intensas de los pueblos de todos los países. En los tiempos actuales, proponer
la autosuficiencia nacional puede significar una utopía. No se trata de
“enchílame esta gorda”.
(Hay que señalar, valga decir entre
paréntesis, que el doctor Villalobos se ha desempeñado gran parte de su vida
profesional como agrónomo y científico, hurgando en los laboratorios de varios
países e instituciones, en busca de cómo combatir plagas y enfermedades de las
plantas, por la vía de la manipulación de genes; es un convencido de los
organismos genéticamente modificados y de cómo lograr aumentos notables en
productividad).
Aunque sea aventurado afirmarlo, ningún
país en el mundo puede ufanarse de ser autosuficiente en alimentos. Todos
necesitan importar determinados productos que son de las preferencias de un
núcleo o de gran parte de su población. Estados Unidos es un ejemplo. Es un
país rico, pero no es autosuficiente. Tiene que comprar gran cantidad de frutas
tropicales, café, azúcar, hortalizas, legumbres, algodón, cacao, vinos ligeros
y fuertes, en fin.
México, como país, empezó a ser
deficitario en alimentos desde la década de 1970 (hace casi 50 años). Por una
parte, debido al aumento demográfico. En ese tiempo la población mexicana
rondaba los 60 millones de habitantes, y el país tenía capacidad para generar
excedentes de granos que se exportaban. En nuestros días andamos en alrededor
de 120 millones de personas, de las cuales la mitad enfrentan problemas de
pobreza y, más grave aún, 25 millones de connacionales padecen desnutrición por
la pobreza extrema.
Y por otra parte, la alimentación de los
mexicanos se ha modificado con el paso de los años. Ahora se consumen más
alimentos derivados de la actividad ganadera en sus diferentes especies. Hace
30 años, por dar una referencia, parte de la dieta alimenticia per cápita
consistía en el consumo de un huevo diario y un cuarto de leche, adicionado con
otros alimentos, como frijoles, pan y tortillas. En la actualidad se consumen
en promedio dos huevos diarios y medio litro de leche, para un promedio de
consumo de este último alimento, de 140 litros al año por persona.
Así, para aumentar la producción de
alimentos pecuarios, como carne de res, de cerdo y pollo, así como de huevo y
leche, nuestro país se ha visto en la necesidad de importar crecientes
cantidades de granos, oleaginosas y otros cereales, en un volumen que
representa el 40 por ciento de los alimentos que demanda la población mexicana.
Si el Presidente de México y el
Secretario de Agricultura hablan y coinciden en lograr la autosuficiencia
alimentaria, tendrían que pensar también en la planeación y ejecución de
proyectos específicos en infraestructura de grandes dimensiones para alcanzar
esa aspiración. Pero tendrían que hacerlo ya; no dejar que pase un día para
trabajar en esa ruta.
La estrategia para ese efecto, “tendría
que ser trabajo intenso, trabajo y más trabajo”. Así lo afirmaba un profesor
rural que llegó a ser uno de los mejores Secretarios de Agricultura que ha
tenido México.
Por lo pronto, se requiere diseñar un
modelo de desarrollo basado en la ciencia y la tecnología; en el
aprovechamiento racional de los recursos naturales agua y suelos; en una
organización cabal de los productores; tomar en cuenta climas, microclimas,
tamaño parcelario y determinación de cultivos por vocación de la tierra y
aptitud de los productores.
El aumento de la productividad es muy
importante. Si en México (no considerando al estado de Sinaloa) sabemos que
solamente se obtienen 2.5 toneladas de maíz por hectárea en promedio, tenemos
que hacer el esfuerzo de llegar a un rendimiento de 10 toneladas por hectárea.
Las razones de esos bajos rendimientos, están en el nulo uso de semillas
mejoradas, ya no digamos certificadas, que son distintas a los organismos
genéticamente modificados; en la disposición de agua como lo requieren los
cultivos; uso adecuado de fertilizantes, y combate y control de plagas y
enfermedades.
Sobre el caso particular de Sinaloa
donde se cultiva maíz, se obtienen cosechas anuales por más de 6 millones de
toneladas y es el primer productor del grano a nivel nacional. En solamente 20
años, esa entidad se convirtió en el primer estado productor del grano. El
secreto está, por una parte, en que cuenta con una superficie con sistemas de
riego cercana al millón de hectáreas; en menos de 400 mil, obtienen cosechas
por más de 6 millones de toneladas, con rendimientos entre 10 y 12 toneladas
por hectárea. Este es un buen ejemplo de cómo levantar los índices de
productividad, como condición para obtener un ingreso satisfactorio.
En la actualidad en México se cultivan
21 millones de hectáreas en dos ciclos: primavera-verano y otoño-invierno, de
las cuales 6.1 millones de hectáreas cuentan con riego agrícola. Estas cifras,
vistas con simpleza, nos indican que, definitivamente, México no es un país
agrícola.
En términos gruesos, se cuenta con casi
200 millones de hectáreas, lo cual nos muestra que, solamente el 10 por ciento
del territorio nacional, es cultivable. El resto, alrededor de 80 millones se
destinan a la ganadería extensiva, en particular la especie bovina;
aproximadamente 50 millones de hectáreas tienen la vocación forestal; son
bosques de coníferas, selvas tropicales, chaparrales, manglares. El resto son
desiertos, barrancas y montañas, caminos, carreteras, vías férreas y, por
supuesto, espacios para ciudades grandes, medianas y pequeñas, y más de 150 mil
núcleos de población.
En este inventario de recursos
naturales, los proyectos que consideramos deberían estar en estudio y
preparación, se refieren a la incorporación de nuevas tierras al cultivo de
temporal y de riego; en la preparación de proyectos para el aprovechamiento de
los escurrimientos que, muchos de ellos, desembocan todavía en el mar sin
ninguna utilidad. Habrá que pensar, también, en el aprovechamiento de agua de
lluvia con fines de potabilidad y de pequeñas explotaciones familiares para el
cultivo de hortalizas y flores, así como para la cría de aves de corral.
En cuanto a las zonas de riego, hay que
considerar que, hipotéticamente, el país cuenta con 6.1 millones de hectáreas,
que están bajo la responsabilidad de la Comisión Nacional del Agua, aunque hay
que advertir que fueron concesionadas, junto con toda una infraestructura, a
los usuarios del servicio de riego.
Ellos y las autoridades señaladas, han
dejado que casi la totalidad de las presas de almacenamiento, se encuentren
azolvadas por falta de mantenimiento. Se han encontrado hasta coches allí
abandonados y no se diga miles de toneladas de basura y desechos que arrastran
los ríos y arroyos, sobre todo en temporadas de lluvias.
Consideramos que, para prometer un
esquema de autosuficiencia alimentaria, los proponentes tienen que reflexionar,
primero, en lo que aquí se afirma, que no es desconocido para autoridades y
usuarios del riego, antes de soltar palabras y más palabras que, más que una
aspiración firme y sólida, constituye una verdadera utopía y una promesa que no
vemos cuál es la cabeza y cuáles los pies.
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