Colaboración del Ing. Aquiles Córdova
Morán
CDMEX
Redacción/Quihubole!!!
Por: Steven Exkovedo
CIUDAD DE MÉXICO.- a 13 de junio de 2019.-
Solo en los más remotos orígenes de las sociedades humanas resulta válida la
explicación por causas naturales (clima, topografía, animales domesticables,
cereales susceptibles de mejorarse y cultivarse, abundancia relativa y fácil
acceso a los metales más maleables, etc.) de las desigualdades en el desarrollo
material y espiritual de los pueblos. Pero desde el momento en que ese mismo desarrollo
creó cierta prosperidad, minimizó la dependencia del hombre respecto de la
naturaleza y tal explicación dejó poco a poco de ser cierta, hasta convertirse
en una mentira total en nuestros días.
Ahora sabemos que la persistencia y
ahondamiento de esa desigualdad ya no se explica por factores naturales sino
por razones en el fondo económicas. O, dicho brevemente, por razones
estrictamente humanas. Sabemos que, gracias a la división social del trabajo y
a la organización de la sociedad en clases sociales, una de las cuales, la
mayoritaria, se hizo cargo de la producción directa de los bienes necesarios
para la vida, mientras que la otra, una ínfima minoría, se reservó el papel de
coadyuvante y dirigente de la primera y se hizo dueña del producto social, la
riqueza material de los pueblos dio un gran salto hacia delante, se hizo
ingente, segura y predecible. Pero también volvió antagónica la relación entre
productores directos y dueños de la producción; ahondó y consolidó la
desigualdad interna de la sociedad y, junto con esto y como consecuencia,
aparecieron personas y grupos dedicados a la producción, no de riqueza
material, sino de conocimientos y de productos culturales. Con la riqueza, la
civilización humana se aceleró también y se aceleró su independencia de la
naturaleza.
Pero no todos los grupos humanos
accedieron al mismo tiempo a esta fase del desarrollo. Llegaron primero
aquellos que, en los orígenes, habían sido más favorecidos por las condiciones
y los recursos de la naturaleza. Estos pueblos, sin embargo, solo por un corto
período histórico pudieron vivir aislados del resto, confinados dentro de sus
propias fronteras. Su misma riqueza pronto los obligó, por una parte, a buscar
mercados cada vez más lejanos para sus productos excedentes; y, por otra, a
buscar alimentos, materias primas y mano de obra barata (o gratuita) para sus
minas y talleres artesanos. Por eso, los pueblos “ricos”, “industriosos” y
“sabios” que hoy admiramos, fueron al mismo tiempo pueblos expansionistas,
invasores y finalmente imperialistas. Esta es la explicación del surgimiento de
los imperios antiguos más representativos en este aspecto: el de los griegos y
el de los romanos.
Estos imperios antiguos, pues, igual que
los modernos, pudieron mantener su hegemonía y riqueza gracias a la explotación
de los pueblos atrasados, dando lugar a lo que Trotski llamó el “desarrollo
desigual y combinado” de las naciones. En síntesis: la división del trabajo y
de la sociedad humana en clases con tareas y derechos diferentes que las obliga
a luchar entre sí, no fue un error, ni el capricho ni la perversidad de nadie,
sino fruto natural e ineludible del desarrollo histórico de la sociedad, y por
eso significó un salto adelante en la producción de riqueza material y de
bienestar para todos sus miembros. Al mismo tiempo, concentró la riqueza en
pocas manos, elevó la producción y la productividad del trabajo, promovió así
el comercio exterior y la búsqueda de alimentos, materias primas y mano de obra
más allá de las fronteras propias y fue la causa motora del nacimiento de los
imperios, es decir, de la explotación de unas naciones por otras. La
desigualdad interna se trocó así, de manera natural e inevitable, en
desigualdad entre naciones y países.
Por tanto, la riqueza y el poderío de
las naciones “avanzadas” es fruto directo del atraso, la pobreza y el
sufrimiento de las naciones débiles y rezagadas, que formaban y forman la
inmensa mayoría del planeta. Ambas constituyen las dos caras de una misma
moneda. Esta explicación, naturalmente, jamás fue ni será aceptada por los
beneficiarios de tal estado de cosas. La rechazan y la han rechazado siempre, y
se han dedicado a inventar gran número de “teorías”, todas deleznables, para
eludir su responsabilidad. Una de ellas, y no la menos perniciosa, es el racismo,
“teoría” inventada por el imperialismo británico, que sobrevive disimulada y
maquillada en el imperialismo norteamericano y que con Hitler mostró todos los
horrores que es capaz de cometer.
Según esta “teoría”, los pueblos ricos
lo son por pertenecer a una raza superior, más inteligente, creativa y fuerte
que las demás, mientras que los pueblos pobres lo son, y lo serán siempre, por
pertenecer a una raza inferior, nacida para servir y obedecer. Con semejante
“teoría”, carente del más insignificante fundamento científico, las clases
dominantes de los países ricos (que no sus pueblos) pretenden justificar no
solo su riqueza, sino también y, sobre
todo, su derecho a dominar y explotar a los países pobres.
Pero no es así. Existen pruebas de sobra
que demuestran que el desarrollo mayor y más acelerado, por ejemplo de
Inglaterra en el siglo XIX y principios del XX, se explica por la colonización
de África, la India y China, por las materias primas baratas que le llegaron de
América (el algodón destacadamente) y por el mantenimiento de una agricultura
servil en el Este de Europa y Asia para alimentar en forma barata a la
población de sus grandes ciudades industriales. Es un hecho documentado que
casi el planeta entero contribuyó al engrandecimiento del Imperio Británico,
contribución que pagó con el hambre, la pobreza y la incultura de sus propios
pobladores.
Es claro que la situación actual no es
más que producto del desarrollo y consolidación de esa misma política de
explotación y dominación de los países débiles por los fuertes de que hablamos.
Hoy, gracias a tal política, el mundo parece un inmenso océano de pobres y
hambrientos dentro del cual emergen pocas y pequeñas islas de riqueza y
prosperidad. El problema migratorio, cuyo agravamiento estamos presenciando
hoy, no es más que la consecuencia necesaria de semejante estado de cosas; es
el tímido oleaje del mar de pobres que buscan colarse como sea en el mundo de
los ricos y privilegiados, los cuales, como es natural, los rechazan y se
defienden con todo de semejante asalto.
Uno de los pocos cambios, significativo
por cierto, que esa política ha experimentado, es el papel del poderosísimo
aparato mediático (radio, televisión, prensa escrita, libros, películas, a los
que se acaban de agregar computadoras, tabletas, teléfonos “inteligentes” y
más) puesto a funcionar para el control y sometimiento de los países pobres a
los intereses del capital monopolista. A través de estos medios, y sin
sentirlo, se nos hace admirar a los súper héroes del imperio, su estilo de
vida, sus logros y sus conquistas; se nos instila sutilmente el veneno
ideológico de que esa prosperidad se debe a que son inteligentes, creativos,
geniales inventores y descubridores, una raza fuerte, dominadora y envidiable,
mientras nosotros, las “razas inferiores”, no servimos para eso.
Este lavado de cerebro está alcanzando
los límites de lo absurdo, de lo irracional, como lo pone de relieve la actual
emigración masiva de hondureños y centroamericanos hacia Estados Unidos. Estos
hermanos humildes y sencillos no alcanzan a comprender que la nación que ven
como un paraíso de riqueza y justicia y a la que aspiran pertenecer aún a costa
de su vida, es la principal culpable de lo que sucede en su propia patria. No
se inquietan ni se ofenden porque el prepotente líder de esa nación, que los
odia y los desprecia, los trate como limosneros y los amenace, en vez de
reconocer sus culpas y buscar un remedio serio y profundo a sus daños. Amenaza
con cortarles la “ayuda” que, dice, generosamente les ha brindado hasta hoy,
con lo cual agravará el problema en vez de solucionarlo. Y la gente no
reacciona ante esto. ¿No es absurdo? Se dice que la caravana de hondureños
marcha por valles, selvas y ríos, gritando irritada ¡fuera JOH! (siglas del
presidente hondureño impuesto por Estados Unidos), pero huye de su país hacia
el norte en vez de enderezar su fuerza, su coraje y su decisión de jugarse la
vida, en contra de ese títere y de sus patrocinadores, para derribarlo del
poder, tomar en sus manos las riendas de Honduras y crear un gobierno del
pueblo y para beneficio del pueblo. ¿No es absurdo e irracional? Es el nefasto
resultado de la manipulación mediática.
Nosotros, los mexicanos, como dice el
presidente, no podemos volvernos como fieras desalmadas en contra de los desamparados
que llaman a nuestra puerta; pero debiéramos hablar más claro y fuerte al
imperio para que asuma su responsabilidad y aplique verdaderas soluciones a la
miseria centroamericana que él mismo provoca, empezando por dejar de apoyar a
dictadorzuelos como José Orlando Hernández. Decir simplemente que daremos asilo
y trabajo a nuestros hermanos en desgracia, es hacerle el quite al imperio y es
incitar a que nuevos miles (y tal vez decenas de miles) de migrantes emprendan
camino hacia México. ¿Y qué haremos en ese caso? ¿Bastarán el Tren Maya y el
desarrollo de Tehuantepec para absorber a esos necesitados de empleo,
alimentación, vivienda, educación, salud, etc.? Sí, donde come uno comen dos.
Pero no una descontrolada oleada de miles de descontentos, que bien pueden
volverse en contra nuestra si llegaran a decepcionarse de nuestra hospitalidad.
¿Y los verdaderos culpables? ¡Bien, gracias!
La redacción:
El Ing. Aquiles Córdova Morán es un
líder político mexicano de la organización de masas más grande de México.
Nacido en Tecomatlan, México.
Desde 1974, es el Secretario General del
Movimiento Nacional de la Antorcha, una organización social creada por un grupo
de campesinos.