Por: *Homero Aguirre Enríquez
BAJA CALIFORNIA
Redacción/Quihubole!!!
TIJUANA,
5 de octubre de 2017.- “Los mexicanos y las mexicanas solo tenemos esta patria,
este “mutilado territorio” que diría López Velarde (mutilado precisamente por
el imperialismo). Si lo perdemos, no habría a dónde ir; nuestro único destino
serían, tal vez, las cámaras de gas o una ignominiosa esclavitud en nuestro
propio suelo”.
Aquiles
Córdova Morán*
Los
invitó a leer este objetivo análisis sobre los riesgos que amenazan a México y
a otros países.
El
fenómeno imperialista no es nuevo en la historia humana; ha existido desde la
remota antigüedad, desde que la sociedad se escindió en clases antagónicas y
por eso existe mucha literatura dedicada a tratar de desentrañar sus causas
profundas y a entender y definir su naturaleza. Hoy sabemos que son dos las
determinaciones esenciales que lo definen, independientemente de las
circunstancias de tiempo y lugar: la primera es su inmanente tendencia al
dominio absoluto sobre todos los pueblos y países distintos al suyo; la
segunda, directamente ligada a la primera como antecedente y consecuente, es su
carácter radicalmente excluyente. Una entidad imperialista, llámese Persia,
Grecia o Roma, no puede renunciar a su propósito de dominio hegemónico sin
dejar de ser imperialismo; y tampoco puede tolerar un poder ajeno y semejante
al suyo por temor a caer bajo su dominio y desaparecer. Dos formaciones
socioeconómicas excluyentes por esencia, tienen forzosamente que excluirse
entre sí, y ahí están para probarlo las dos grandes guerras mundiales que hemos
padecido hasta hoy.
En los
días que corren, no es muy difícil darse cuenta de que vivimos inmersos en un
mundo sometido a una clara política de carácter imperialista, dominados por el
imperialismo más poderoso de todos los tiempos encabezado por los Estados
Unidos. Si aplicamos al panorama geopolítico actual el doble criterio
definitorio de que acabamos de hablar, tampoco resulta ya muy difícil
explicarse lo que ocurre en Oriente Cercano y Medio, en el norte de África, en
Siria, en Ucrania o en la península de Corea, por citar solo algunos ejemplos.
Incluso se hace más sencillo y transparente entender la psicosis anti rusa (y
en menor medida anti china) que se está tratando de sembrar en el mundo entero
para justificar el acoso nuclear contra de ambos países, una verdadera locura
que nos tiene al borde de una inmensa catástrofe nuclear que acabaría de golpe
con la civilización tan penosamente construida por el hombre.
Ante
todo ello, se vuelve inaplazable que los latinoamericanos en general, y los
mexicanos en particular, no perdamos de vista u olvidemos intencionalmente lo
que ocurre en otras latitudes; que no cerremos intencionalmente los ojos a esa
trágica realidad creyendo erróneamente que nada tiene que ver con nosotros y
que estamos blindados contra peligros similares. Los estudios recientes del
fenómeno imperialista sugieren claramente que, junto a la esencia dominadora y
avasalladora del imperialismo como tal, la paz y la seguridad de nuestros
países se verá amenazada, además, en el caso nada remoto de un debilitamiento
de la dominación norteamericana en Europa, Asia y África. En una coyuntura así,
será inevitable el repliegue detrás de fronteras seguras que no serán, desde
luego, solo las de su propio territorio sino las del continente entero. El
último bastión del imperialismo, antes de su ocaso definitivo, será inevitablemente
la América completa, desde Alaska hasta la Patagonia.
Y no se
piense que se trata de un ensayo de adivinación del futuro. Ya hoy existen
hechos, fenómenos políticos y movimientos geoestratégicos en nuestro continente
que apuntan claramente en esta dirección. La embestida en contra del avance de
las democracias populares en el cono sur y la unidad económica y política de
sus países, cuyos resultados más visibles y exitosos son Brasil y Argentina (y
recientemente, por la vía de la apostasía y la traición, el Ecuador); el nuevo
endurecimiento de la política de bloqueo económico contra Cuba y las
descarnadas amenazas de invasión a Venezuela, no pueden, a mi juicio,
interpretarse de otra manera que como una clara manifestación de la voluntad
imperialista de dominio total sobre nuestros empobrecidos y sufridos países.
Por último, a pesar del sigilo que en este terreno se ha mantenido, no hay duda
de que también América Latina está siendo sembrada de bases militares
norteamericanas, estratégicamente colocadas para una mayor movilidad y eficacia
en caso de que los “intereses vitales” (?¡) de EE. UU. sean puestos en riesgo
por algo o por alguien.
El caso
de México es, quizá, más preocupante aún. Haciendo a un lado la dependencia
suicida de nuestra economía respecto al mercado norteamericano y una deuda
nacional que igualmente nos ata a la “banca internacional” dominada por EE.
UU., está el hecho cierto de que los mexicanos de a pie ignoramos todo sobre
nuestra relación militar y policíaca respecto a ese país. Se ha “filtrado” a
los medios alguna vez que hay un verdadero ejército de la CIA, armado y con
absoluta libertad de movimientos, circulando por todo el territorio nacional;
se dice que este ejército “asesora” a nuestros cuerpos de seguridad y que ha
sido decisivo en los golpes más espectaculares y contundentes asestados al
narcotráfico. Puede que no sea así o al menos que esté exagerado; pero hay
hechos ciertos: la educación, entrenamiento y actualización de los altos mandos
militares y policiales mexicanos, se lleva a cabo en centros especializados de
EE. UU., nuestras fuerzas armadas dependen casi exclusivamente del mercado
norteamericano de armas, nuestra creciente participación en “ejercicios
conjuntos” con las fuerzas armadas de ese país y la reciente incorporación de
“cascos azules” mexicanos a las “misiones de paz” de la ONU. Una inteligencia
normal y medianamente informada, no puede dudar de que esto nos coloca en una
situación altamente vulnerable frente al coloso del norte.
Recientemente
se han producido dos hechos noticiosos que nos debieran alertar a todos los
mexicanos. El primero se dio a principios del año y recogía parte de una
conversación telefónica entre el Presidente de México y el de los Estados
Unidos según la cual, Donald Trump habría dicho que las fuerzas armadas y de
seguridad mexicanas le tienen miedo a los cárteles de la droga, pero las suyas
no, y que estaban listas para entrar en acción. El segundo, mucho más reciente
y actual, afirma que el Srio. de Seguridad Interna de EE. UU. habría dicho, en
una reunión secreta, que México es un “narco Estado fallido” y, por tanto, se
sobre entiende, una amenaza potencial para la seguridad de los norteamericanos.
Me parece que, independientemente del camino tortuoso que ambas notas han
seguido para darse a conocer, la coyuntura actual y aún el contexto geopolítico
más permanente, las hacen altamente probables y peligrosas para nuestra
soberanía como nación. Por mucho menos que eso se invadió a Afganistán, Libia,
Irak y Siria, por mencionar unos cuantos; y debemos recordar, además, que esos
países están a muchos miles de kilómetros de EE. UU. y muy lejos, por tanto, de
compartir con ellos 3 mil kilómetros de frontera, como es nuestro caso.
Pregunta:
¿estamos conscientes, lo está el Gobierno mexicano, del tremendo peligro que
corremos? No lo parece. Porque, lejos de tomar medidas adecuadas al caso, da la
impresión de que queremos aplacar el apetito del Moloch imperialista
sacrificándole víctimas propiciatorias que podrían ser nuestros aliados en caso
de necesidad: criticamos infundadamente a Venezuela, nos sumamos con entusiasmo
a la campaña de linchamiento internacional promovida por el imperialismo en
contra de su gobierno legítimo, de su pueblo y de sus instituciones. Le
acabamos de sacrificar la cabeza del embajador norcoreano, y la respuesta
agradecida del Moloch fue calificarnos de “narco Estado fallido”. ¿Estamos
realmente conscientes de que, al apoyar y respaldar tales violaciones al
derecho internacional, a la soberanía nacional de los pueblos débiles, al
derecho que tienen a gobernarse por sí mismos y a elegir el régimen económico y
social que mejor les acomode, estamos abonando el terreno para que mañana se
nos aplique la misma receta?
No
ignoro que, dada la crítica situación económica en que se debaten las clases
populares y dado el éxito de la campaña de desprestigio en contra del Gobierno
actual, crece el número de mexicanos que piensa que ser absorbidos por el
imperio norteamericano es una posibilidad menos mala que seguir como estamos.
Es decir, la unidad nacional se debilita acelerada y peligrosamente. Por eso, a
estos mexicanos de buena fe, y a todos los hombres y mujeres a quienes no haya
descastado y deslumbrado la riqueza del vecino, les recuerdo que la raza
blanca, anglosajona y protestante de aquel país quiere, ambiciona el territorio
de México pero ¡ojo! sin los mexicanos. Para ellos somos una “raza inferior” y,
llegado el caso, un lastre del que tendrán que deshacerse por cualquier medio.
Los mexicanos y las mexicanas solo tenemos esta patria, este “mutilado
territorio” que diría López Velarde (mutilado precisamente por el
imperialismo). Si lo perdemos, no habría a dónde ir; nuestro único destino
serían, tal vez, las cámaras de gas o una ignominiosa esclavitud en nuestro
propio suelo. Es hora de que despierte el orgullo nacional o, al menos, el
elemental biológico sentido de conservación de mexicanos y mexicanas. Mañana
puede ser demasiado tarde.
*Secretario
General del Movimiento Antorchista Nacional