Por: Ignacio Acosta Montes
Ya están desatados los
que sueñan con llegar a ocupar alguno de los puestos de elección popular que se
disputarán el año entrante en nuestro estado. Faltan siete meses para que el
domingo 5 de junio salgamos a votar para elegir a los cinco presidentes de los
municipios bajacalifornianos, así como a los 25 diputados (17 de mayoría y 8 de
representación proporcional) que integrarán el Congreso del Estado; faltan
todavía meses para que nos inundemos de papeles llamándonos a votar por Pedro o
Juan, para que nos abrumen los mensajes radiofónicos y televisivos en los que
se nos vendan las virtudes y promesas -las más de las veces falsas- de los
diferentes candidatos y para que veamos, hasta el hartazgo y la náusea, en un
lado sí y en otro también, en gigantescos espectaculares o en pequeñas fotos
impresas en los lugares más impensables, los rostros sonrientes y
phototoshopeados de mujeres y hombres
que muestran sus dientes hambrientos de poder. Pero, aunque a los simples
ciudadanos nos pueda parecer que falta mucho, en cada uno de los partidos
registrados para competir el año entrante ya están perfilados, y luchando por
esas candidaturas, al menos 3 o cuatro aspirantes por cada uno; agreguemos a
este diluvio de ambiciosos a otros muchos que ahora pretenden competir,
aprovechando las reformas a la ley electoral, sin partido que los avale, los
llamados candidatos independientes.
Pero ¿qué esperanzas
fundadas podemos tener en que este abrumador juego electorero, que no
necesariamente democrático, nos traerá algún progreso, algún avance? ¿Hay
alguna base para pensar que de esta multitud de ambiciones desatadas en
múltiples vectores saldrá una resultante positiva para el desarrollo del
estado, de las capas populares en particular?
Muchas aguas han
corrido desde el ya lejano 2 de julio de 1989, cuando el Partido Acción
Nacional (PAN) ganara por primera vez la gubernatura bajacaliforniana, pero la
situación en el estado no ha mejorado en lo esencial. Más de 26 años de gobierno
blanquiazul no han hecho la diferencia: no disfrutamos de mejores estándares de
vida, mejor vivienda, educación, mejores salarios. A pesar de que el actual
gobernador prometió en su toma de posesión “Eliminar la pobreza extrema y
alimentaria en 2015”, su compromiso de mayoR trascendencia social, los últimos
datos del Consejo Nacional de Evaluación de las Políticas Públicas (CONEVAL)
señalan que la población en pobreza extrema pasó de 91,500 en 2012 a 105,500 en
2014, es decir que en dos años aumentó más del 15%. Lo peor es que para fines
de 2014 el propio Gobierno del Estado difundió que la pobreza extrema azotaba a
118 mil personas en el estado. De la misma manera, la alternancia que se ha
presentado entre PRI y PAN al frente de las presidencias municipales tampoco ha
mejorado la prestación de servicios públicos, la seguridad ni las vialidades de
las colonias. Se turnan el gobierno, pero las cosas siguen iguales. Lo mismo se
acusa de corrupción al frente del ayuntamiento de Tijuana al panista Jorge Ramos,
que al priista Carlos Bustamante; de la misma manera se cuestiona la honradez
en la presidencia de Mexicali al priista Francisco Pérez Tejada, como al
panista Rodolfo Valdez.
La falta de cambio, desgraciadamente, no sólo se presenta en la
honradez de las autoridades: lo más preocupante es la persistencia de las
graves injusticias sociales que azotan a esta entidad tan rica, estamos entre
los 13 estados que más aportan al Producto Interno Bruto nacional, pero que
padece una miseria atroz. Es fea la pobreza, donde quiera que se presente, pero
el rostro de la misma en las colonias más humildes de Tijuana es de las caras
más horripilantes que se pueda uno imaginar. Pero el horror visual, la imagen
antiestética que golpea la sensibilidad de cualquier ser mínimamente humano, se
corresponde con el golpe moral que nos anuncia. Esta miseria es el caldo de
cultivo lo mismo para las muertes por rickettsia en Los Santorales de Mexicali
que para que niños y jóvenes llenos de frustraciones y rencores, en un mundo de
violencia y miseria, contrastantes con el consumismo y el lujo que se
propagandiza, caigan víctimas de la delincuencia como el estudiante de
secundaria Ulises Abraham, de 14 años, quien apenas el 12 de octubre pasado
asesinó a una persona por 31 mil pesos que le prometieron vía Facebook.
No han cambiado nada
en positivo, sin duda, esas alternancias y malabares dizques democráticos, ni
los veintitantos años de gobierno panista, ni el “las promesas se cumplen” de
Osuna Millán, ni el “conmigo la gente manda” del actual gobernador Vega. Las
tragedias se repiten: en julio de 2005 murieron cuatro niños (de 3, 6, 10 y 11
años) al incendiarse una vivienda en la colonia Terrazas del Valle de Tijuana;
ahora mueren otros dos, de 4 y 5 años, al incendiarse una casa en Camino Verde
el 2 de noviembre pasado.
Y es que nada va a
cambiar a fondo y en positivo para el pueblo mientras no construyamos una gran
fuerza popular que haga valer los intereses de los más humildes, de esos que
viven en casas construidas con materiales de deshecho, con madera de segunda o
tercera, en pisos de tierra y bajo techos donde en muchas ocasiones llueve más
adentro que afuera, hasta que la fuerza organizada por cientos de miles de
trabajadores de la maquila y de jornaleros bajacalifornianos no se levante,
hasta que no actuemos como un solo hombre y un solo ideal, saliendo de todas
las colonias olvidadas y las comunidades más marginada de todo el estado para
formar un inmenso río humano un torrente imparable que barra el estado de cosas
generador de miseria y de injusticia. Esa es la inmensa tarea que se ha
propuesto el Movimiento Antorchista Nacional y a la que se han sumado ya más de
millón y medio de mexicanos. Ardua y larga la tarea, pero no existe ningún
“milagro democrático” que la pueda sustituir.