Coincido con
quienes dicen que al presidente López Obrador no se le puede acusar de
inconsecuencia ni de falta de firmeza para cumplir con lo que fue la columna
vertebral de sus promesas de campaña, esto es, el combate sin cuartel y sin
desmayo a la corrupción y la reorientación del dinero ahorrado para abatir la
desigualdad y la pobreza de las masas empobrecidas. También, y de modo
destacado, lograr un crecimiento económico del 4%, sin el cual ninguna mejora
social es sostenible por mucho tiempo. Si se pone atención al discurso
presidencial cuando explica la racionalidad de sus decisiones; o si cada quien
busca esa racionalidad por sí mismo, pronto caerá en la cuenta de que el fondo
es siempre el mismo: el combate a la corrupción.
En efecto,
si nos preguntamos por qué se cerraron los ductos de PEMEX, provocando un
severo desabasto de combustible en el país y la muerte de 130 inocentes en
Tlahuelilpan, Hidalgo; por qué se canceló el seguro popular, dejando sin acceso
a la salud a millones de familias pobres; por qué se eliminaron las guarderías infantiles,
dejando a las madres trabajadoras paralizadas y a los niños sin atención
especializada; por qué se suprimió la ayuda a los niños con cáncer, a los
enfermos de VIH y a gente con padecimientos crónicos; por qué hay desabasto de
medicamentos en todas las clínicas y hospitales del gobierno; por qué se está
ahorcando presupuestalmente a varios organismos públicos; por qué se redujo
casi a cero el ramo 23 del PEF, dejando sin fondos para obra pública a los tres
niveles de gobierno; por qué se están recortando los salarios de mucha gente y
despidiendo indiscriminadamente a miles de servidores públicos; la respuesta
será siempre la misma: ahí había corrupción y este gobierno no va a transigir
con ella, aunque curarla traiga más daños que beneficios.
Si se
atiende y entiende esto, repito, tendremos todos que aceptar que se está
demostrando con hechos que el presidente está cumpliendo lo que ofreció en
campaña a los mexicanos; que se trata de su firmeza inconmovible, rayana en el
autismo político, con que está combatiendo la corrupción; de su fe,
inquebrantable y sin fisuras, en sus juicios personales sobre las causas
profundas de los males del país y en el remedio que dijo que aplicaría de
llegar a la presidencia de la república. Quienes lo escucharon y explicaron su
discurso al gran público a través de los medios; quienes lo aplaudieron sin
reservas y llamaron a votar por la 4ªT (algunos incluso desde el “cuarto de
guerra” de López Obrador), no tienen derecho a mostrarse ahora sorprendidos por
lo que está ocurriendo, y menos a actuar como “honrados” y desprejuiciados
críticos de los primeros frutos de la 4ªT. Para reconquistar su derecho a
criticar lo que ayer aplaudieron, deben confesar públicamente, con toda
entereza y valentía, que se equivocaron en sus anteriores apreciaciones.
Nadie lo ha
hecho. Y López Obrador tiene razón al reclamarles su inconsecuencia por las
críticas que ahora formulan en contra de lo que ayer aprobaron ruidosamente, y
esto sin ninguna solución de continuidad. Creo que hay razón también cuando los
“Morenos” critican a quienes protestan y descalifican las medidas de la 4ªT por
sus resultados inmediatos, muchos de ellos, ciertamente, lesivos para los
intereses de las clases pobres, como acabamos de ver. Les reclaman el no
esperarse a ver el final de la historia; es decir, no aguardar a conocer cómo y
con qué se va a reemplazar lo que se está suprimiendo y cuáles serán sus
resultados definitivos, antes de juzgar y condenar las políticas anticorrupción
de la 4ªT. Los “Morenos” llaman a esto “crítica prematura”, creo que con alguna
razón.
El
Movimiento Antorchista Nacional no cae en ninguno de los dos grupos “críticos”
mencionados. A nosotros no se nos puede reprochar haber aplaudido como focas al
López Obrador candidato, y convertirnos ahora en críticos interesados del López
Obrador presidente. Tampoco de ansiosos por criticar prematuramente, revelando
así un reaccionarismo inmanente, que rechaza lo nuevo por instinto y no por
razones válidas. Fuimos críticos firmes, coherentes y desinteresados del
enfoque económico-social del candidato morenista, de sus conclusiones y del
remedio que prescribía para el país, y lo seguimos siendo ahora. Nuestra
discrepancia fue y es esencial y de principio, no de circunstancias ni por
intereses mezquinos, como nos acusa sin pruebas López Obrador, y, por tanto,
fue y es también irreconciliable con las políticas de la 4ªT. Hoy vemos más
claro que nuestra crítica era correcta, y que quienes nos atacaron y nos
atacan, por esta y por todo lo que hemos hecho desde que nacimos a la vida
pública, estaban equivocados cuando, como “un coro de ranas bajo la lluvia”,
cantaban loas a López Obrador. Todos ellos, aunque no lo reconozcan, están
cosechando lo que con tanto empeño sembraron.
Antorcha
sostuvo y sostiene que el problema del país no es la corrupción (aunque esta
sea grave y deba combatirse con energía), sino la elevadísima y absurda
concentración de la riqueza en unas cuantas manos, mientras las grandes
mayorías se quedan casi en total desamparo, sufriendo las terribles
consecuencias de esto (hambre, enfermedades, carencias de vivienda y servicios,
de educación y salud; la inseguridad, el crimen y el desempleo). Esta peligrosa
inequidad social, no es hija de la casualidad ni es culpa de los individuos que
la disfrutan o la padecen; no es un problema personal de nadie ni contra nadie,
es el fruto inevitable de una errónea concepción sobre la mejor forma de
organizar y hacer funcionar a la economía y a la sociedad de un país
cualquiera.
Esa
concepción errónea se llama neoliberalismo; y toda persona bien informada sabe
que está fracasando en todas partes, incluidos los países ricos como Estados
Unidos. La prueba es, precisamente, la formación de élites de mega millonarios
cada día más pequeñas y poderosas, de un lado, y de una pobreza masiva y
progresiva del otro, generando descontento e inestabilidad social. Los mejores
economistas del mundo están llamando a gobiernos y clases dirigentes a que
concienticen el problema y procedan a las correcciones necesarias. ¿Y qué medidas
aconsejan? Aceptar de entrada que ningún mercado es perfecto, como postula la
teoría neoliberal; que todos permiten abusos y desviaciones de los grupos
poderosos en perjuicio de los débiles, y, sobre todo, que no cuentan con ningún
mecanismo para el reparto automático de la renta nacional.
Que una
economía librada a las fuerzas ciegas del mercado, provoca inevitablemente la
concentración brutal de la riqueza, como estamos mirando hoy. Urge que el
Estado instrumente una política de corrección de los abusos y desviaciones del
mercado, y sin titubeos, proceda a redistribuir la renta nacional, si quiere
evitar males mayores. Partiendo del estudio específico de la realidad mexicana,
el Movimiento Antorchista ha sintetizado esquemáticamente en cuatro líneas de
acción su propuesta para equilibrar al país y comenzar a frenar los males
derivados del neoliberalismo: a) una política fiscal progresiva, de preferencia
pactada con todos los actores económicos; b) una reorientación drástica del
gasto social hacia las necesidades básicas de los marginados; c) creación de
empleos, tantos como se pueda, buscando acercarse al empleo pleno; d) elevación
de los salarios a la altura de las necesidades de una familia promedio de
trabajadores.
No hay que
estrujarse mucho el cerebro para ver que nada de esto se propone la 4ª T; y de
ahí que no hayamos coincidido con ella desde el principio. A la luz de los
hechos recientes, tampoco vemos razón para quedarnos quietos y callados,
esperando pasivamente el “crack” del país, que ya se anuncia por todas partes,
incluso en la escena internacional. Ahora todo México sabe que el Primer
Mandatario carece de los mínimos conocimientos de economía y de una elemental
flexibilidad mental para reevaluar lo hecho y corregir el rumbo; que tampoco dispone
de un pensamiento científicamente formado, riguroso, coherente y metódico.
Piensa sin respeto a la lógica y a las leyes del pensar científico y, por eso,
ve solo la superficie de los fenómenos y sus razonamientos se quedan a la
mitad. Además, se contradice flagrantemente a cada paso.
Un ejemplo:
en su mañanera de este martes, narró que
cuando fue jefe de gobierno de la Ciudad de México, Antorcha Campesina
se le plantó con su gente en el zócalo, exigiendo vivienda a través de un
sonido a todo volumen. Él los ignoró, y la gente, cuando él pasaba frente a
ella, adoptaba una actitud respetuosa. Con tal narración quería probar que los
líderes corruptos se están quedando solos porque la gente “ya cambió” con la 4ª
T; y que sus manejos contra la corrupción resuelven sus carencias al eliminar
los robos de aquellos líderes. Esto ocurrió hace quince años por lo menos; de
donde es fácil ver que prueba exactamente lo contrario de lo que se proponía,
es decir, que la gente no ha cambiado, por lo menos desde hace dos sexenios y
medio. Su argumento quería probar, además, la eficacia de su política de oídos
sordos a las protestas masivas, porque erradica los problemas que las
alimentan. Debió cerrar su argumentación, pues, probando con cifras duras la
solución del problema de la vivienda popular en la CDMX. ¿Lo resolvió en su
momento? ¿Ya no hay carencias en este rubro? Todos sabemos que no es así, pero
el presidente nada dijo al respecto. Y es obvio que así razona sus medidas anti
corrupción. Con semejante mentalidad, ¿vamos directo hacia la prosperidad y la
equidad social? No lo parece. Y por eso Antorcha seguirá luchando, pese a las
amenazas y los peligros que se ciernen sobre su cabeza.