Aquiles
Córdova Morán
CDMEX
Redacción/Quihubole!!!
CIUDAD
DE MÉXICO, a 23 de enero de 2019.- Algunos por menosprecio (no creen que valga
la pena el esfuerzo); otros por consigna de sus medios o de sus clientes; otros
más por incapacidad mental o escaso dominio de su oficio; el caso es que todos
los comunicadores que, en uno u otro momento y por una u otra razón, se han
ocupado del Antorchismo, empiezan su tarea con una imagen totalmente negativa
de lo que es, hace y vale el Movimiento Antorchista Nacional, asumiendo como
verdad inicial lo que debiera ser la conclusión final de su investigación. Tal
certeza apriorística no es, en rigor, un verdadero juicio, sino un prejuicio,
algo preconcebido sobre lo cual, curiosamente, se piensa que no hay razón
alguna para dudar. Quien lo hace suyo, pues, no vacila en colocarlo como la
piedra angular de discurso ulterior.
¿De
dónde nace este prejuicio y por qué confían ciegamente en él? Pienso que la
explicación radica en que el horizonte mental de los comunicadores se forma
enteramente dentro del ambiente político dominante en la escena nacional desde
hace más de un siglo, con apenas ligeras variantes, y en estrecho y permanente contacto
con él, puesto que allí está su materia de trabajo. Por tanto, todos sus
conocimientos, todo el material informativo que poseen y las formas y
procedimientos lógicos que aplican a esa realidad, acaban convirtiéndose en una
segunda naturaleza, en una cárcel mental de la que les es imposible salir
voluntariamente. La actualidad sobre la que trabajan se vuelve un límite
infranqueable para ellos.
Después
de un tiempo suficiente largo, se encuentran tan familiarizados con tal
ambiente, lo han recorrido y estudiado tantas veces encontrándose siempre con
las mismas cosas, con los mismos hechos y fenómenos, que inevitablemente llegan
a la conclusión de que ya lo saben todo de él, que lo conocen todo y que nada
nuevo ni sorprendente pueden razonablemente esperar. Se tornan escépticos y
cínicos; y, como toda víctima inconsciente de un estereotipo, se vuelven
incapaces de reconocer lo nuevo cuando se encuentran con él; evitan tratar de
estudiarlo y entenderlo y se limitan, simple y llanamente, a negarlo. A renglón
seguido, lo someten al lecho de Procusto de sus prejuicios y de las formas
mentales a las que están acostumbrados. La caricatura que de semejante
tratamiento resulta, tiene muy poco qué ver con la verdadera naturaleza del
hecho cuya novedad los ha desafiado.
No
conozco absolutamente a nadie, ni jamás he leído nada, artículo o libro (hay
muchos de lo primero y varios de lo segundo), que diga algo serio, bien
documentado y digno de atención sobre el Movimiento Antorchista Nacional. Hay
unanimidad entre los opinadores (unanimidad que no nace del estudio sino de
algo mucho más facilón pero mucho más alejado del rigor de una verdadera
investigación: del hecho simple de que se copian unos a otros y, llegado el
caso, se citan recíprocamente para probar que les asiste la verdad) en el
rechazo, la condena y el menosprecio hacia nuestro movimiento. Coinciden en
considerarnos, en el mejor de los casos, una de tantas organizaciones creadas
para provecho y encumbramiento político de sus líderes, aprovechándose
cínicamente
de la necesidad y la escasa cultura de sus bases. ¿Por qué? Porque ese es el
tipo de organización con el que se han encontrado siempre.
Pero lo
más frecuente es que se nos trate y retrate como la peor de todas. Para medios,
reporteros y columnistas, somos un engendro, una calamidad social que ha hecho
de la protesta pública una jugosa industria para sacar dinero de las
instituciones y funcionarios, dinero que ha servido para enriquecer
escandalosamente a los líderes. Se nos llama chantajistas, corruptos, nepotistas,
invasores, grupo paramilitar, brazo armado del PRI, grupo de choque… y
agréguele, amigo lector, todo lo que su imaginación le sugiera. ¿Y en qué se
funda tan impresionante máquina de descalificaciones? Aunque usted no lo crea,
la respuesta es: ¡en nada! ¡Absolutamente en nada que merezca el mínimo
respeto! Su verdadero sustento radica en la credulidad que le suponen al gran
público; en la imposibilidad del ciudadano común para exigir pruebas de lo que
se le asegura o para buscarlas por sí mismo; en el poder de penetración y
manipulación de los grandes medios masivos y en el “prestigio” de ciertas
“vacas sagradas” del periodismo usadas como boca de ganso para vender mentiras.
Una vez
convertida en certeza probada la caricatura prefabricada por el medio o por el
reportero, todo lo demás va cayendo automáticamente en su lugar sin necesidad
de nuevos argumentos o pruebas específicas. Todo, absolutamente todo hecho,
suceso, evento político-social, manifestación pública, etc., así sea lo más
inocuo o lo más noble y digno de aplauso, se convierte en prueba irrefutable de
los abusos, los engaños y la conducta delictuosa de la organización declarada
de antemano réproba y criminal. Ya nada puede salvarla de la condena universal.
Tomo el
caso más reciente, el mismo que me mueve a abordar el tema de hoy. La reportera
de “Televisa”, Fátima Monterrosa, “denunció” hace unos días un crimen nefando
de los antorchistas: resulta que son dueños de más de 50 gasolinerías en varios
estados del país, lo cual viene a ser sinónimo de delito y prueba irrefutable
del carácter criminal y corrupto de Antorcha y de sus líderes. ¿Por qué? Porque
tratándose de una organización como esa, como la que la reportera se ha forjado
en su imaginación, nada limpio ni noble puede esperarse de ella. Nada más por
eso. Pero vayamos más despacio.
Primero:
doña Fátima está obligada a decirnos a todos los televidentes por qué es un
delito que una organización política como Antorcha sea dueña de gasolinerías;
debe explicarnos en qué basa semejante juicio. O dicho de otra manera, debe
precisar con toda claridad qué ley, qué principio jurídico o moral está
transgrediendo Antorcha por ser propietaria de gasolinerías o de lo que sea. Si
no lo hace así, caerá de lleno en la sospecha de haber mentido por consigna y
por conveniencia, no importa si personal o por órdenes del medio en el que
labora.
Segundo:
la reportera mencionada asegura que “la mayoría” de esas gasolinerías fueron
adquiridas durante el sexenio del Lic. Peña Nieto. Es decir, insinúa que son
concesiones ilegítimas (tal vez, digo yo, el pago a nuestros servicios de brazo
armado del PRI). No dice, o no sabe, que varias fueron adquiridas ya en
funcionamiento, es decir, que la gestión respectiva corrió a cargo de sus
antiguos propietarios. ¿También ellos fueron o son brazo armado del PRI? Exijo,
además, que la reportera investigue concesión por concesión, y que presente la
documentación o los testimonios oficiales que demuestren el
carácter
ilegal de cada una de ellas, porque no es difícil entender que la simple fecha
de apertura es totalmente insuficiente para acusar de privilegios indebidos a
nadie.
Tercero:
Fátima Monterrosa menciona nombre y apellido de los dueños legales de algunas
de las 50 gasolinerías de Antorcha. No de todas sino solo de aquellas cuyos
propietarios guardan algún parentesco, consanguíneo o legal, con el líder
nacional Aquiles Córdova Morán. Insinúa que son prestanombres, cómplices del
enriquecimiento escandaloso de dicha persona. En su afán de herir, incluyó a la
señora Lucila Acevedo, dueña de una gasolinería en Tlapa, Guerrero, quien ya
protestó por el error y el daño moral que, a su juicio, le resulta de la
confusión.
Es
verdad que las estaciones de servicio, e incluso todos los establecimientos de
Antorcha, están a nombre de personas físicas, cosa que tampoco es un delito ni
un secreto guardado por nosotros. Se trata de un recurso provisional debido al
apremio de los tiempos y a la falta de experiencia empresarial, urgidos de
desarrollar nuestra actividad financiera. La selección de tales personas no
obedece a criterios de parentesco sino de confiabilidad a prueba de corrupción,
y no corre a cargo de Aquiles Córdova sino de la Comisión Financiera Nacional,
órgano independiente del Secretario General. Por cierto, los parientes del
líder nacional son la ínfima minoría de los propietarios legales.
Cuarto:
para disipar cualquier sospecha, exijo a Fátima Monterrosa que complete su
investigación y su denuncia. Que siga el curso de las utilidades de los
negocios “descubiertos” y que encuentre, exhiba y denuncie penalmente las
cuentas bancarias secretas, las residencias, los departamentos, las colecciones
de carros de lujo, los ranchos y haciendas del líder Antorchista. Quizá así
reconozca que lo que hace Antorcha en el terreno económico la coloca muy por
encima de todo lo que ella haya conocido hasta hoy; quizá entienda que somos la
única organización que vive de su propio trabajo y no de subsidios oficiales,
no de robarse recursos destinados a la gente o a la obra pública, no de sangrar
con cuotas a sus militantes más pobres. Quizá descubra al fin el absurdo que
comete denunciando como delito algo que ella, y todo el mundo con dos dedos de
frente y otros tantos de buena fe, debieran aplaudir y difundir para ejemplo de
muchos.
Sé muy
bien que “alabanza en boca propia es vituperio”; pero como yo no dispongo de
poderosos medios de difusión, ni de brillantes defensores a sueldo, tengo que
defenderme yo mismo a riesgo de ser acusado de cinismo en último grado. Afirmo,
pues, que mi actividad pública y mi vida privada pueden competir con el más
honesto, honrado, desinteresado y morigerado de los políticos profesionales de
este país; y que estoy seguro de ganar limpiamente la competencia. Nací pobre;
vivo modestamente (no bebo, no fumo, no voy nunca de parranda ni a grandes
fiestas o lujosos saraos); como lo que cualquier antorchista con salario
mínimo, salvo cuando viajo; no tengo absolutamente ninguna propiedad ni otro
tipo de riqueza acumulada; amo y respeto a mis hermanos antorchistas de todo el
país, tanto como para no robarles un grano de su mísero patrimonio. A ellos me
debo, por ellos vivo y lucho todos los días, y en ellos confió para que me
juzguen. Y para que me repudien y denuncien si alguna vez descubren que los
engaño. ¿Alguien más levanta la mano?
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