Aquiles Córdova Morán
El martes 10 de octubre fue asesinado el presidente
municipal de Huitzilan de Serdán, Puebla, Manuel Hernández Pasión, por un
comando armado con rifles de asalto R-15 y pistolas calibre 9 mm. según los
casquillos levantados en el lugar de los hechos. Los asesinos se desplazaron en
4 vehículos perfectamente identificados, uno de los cuales, presumiblemente el
que transportaba al gatillero directamente responsable del asesinato, fue
abandonado en la escena del crimen.
La historia de asesinatos y delitos conexos en Huitzilan
de Serdán es de larga data, y la lista suma más de l50 víctimas, una masacre que
casi despobló a ese municipio serrano, tanto por el gran número de víctimas
como por la emigración masiva de quienes temían por su vida y la de sus
familias. Todos los asesinos eran miembros
de la llamada Unión Campesina Independiente (UCI), y “gobernaban” a la
población por el terror de las armas usurpando la función de la autoridad
legítima. La impunidad era total.
Cuando el Movimiento Antorchista llegó a Huitzilan, en
1984, invitado por un valeroso grupo de huitziltecos, el panorama era el
siguiente: a) la presidencia municipal estaba clausurada y remachada con varios
candados desde hacía por lo menos seis años; b) las escuelas (jardín de niños y
primaria) también estaban cerradas debido al asesinato de los últimos
directores ; c) ninguna firma comercial, incluida CONASUPO, podía entrar a
Huitzilan, porque sus unidades eran asaltadas, saqueadas y quemadas. Todo el
abasto estaba en manos de los ricos huitziltecos quienes, de ese modo, lucraban
con la violencia; d) estaba prohibida toda reunión política de los ciudadanos
y, en particular, todo intento de organizar elecciones municipales, so pena de
la vida; e) los asesinatos de opositores se cometían a plena luz del día, y el
cadáver de los “más peligrosos” no podía ser levantado y sepultado por sus
deudos, pues el castigo era ser baleados en el momento mismo del intento.
Varios de ellos, por increíble que parezca, fueron devorados por los perros.
Respondo con testigos de primera mano de que lo que
aquí digo es cierto. Y añado que los huitziltecos pidieron auxilio no solo a
las autoridades de Zacapoaxtla, las más cercanas, sino también al Gobernador
del estado, al Presidente de la República y a la Secretaría de la Defensa
Nacional, sin ningún resultado. El gran delito de Antorcha fue haber respondido
al llamado de auxilio de un pueblo martirizado sin piedad por sus salvadores de
entonces; y su castigo fue, desde el primer día, una cerrada descarga mediática
que la señaló y la señala hasta hoy como la “verdadera responsable” de los horrendos
crímenes de la UCI. Esta campaña ni siquiera se ha tomado la molestia de
confrontar las fechas de la gran mayoría de los asesinatos con la de la llegada
de Antorcha a Huitzilan; si lo hiciera, se daría cuenta de lo insostenible de
sus calumnias, simplemente porque cuando tales asesinatos ocurrieron Antorcha
no existía en Huitzilan de Serdán.
Pero volvamos al tema. He recordado brevemente todo
esto para poner en contexto el asesinato de Manuel Hernández Pasión. Lo dicho
me permite afirmar, sin que parezca defensismo a ultranza, que los múltiples y
terribles asesinatos en Huitzilan, antes y después de la llegada de Antorcha, nos
obligaron a estudiar con cuidado el modus
operandi de los pistoleros de la UCI, lo que nos permite distinguir, con
bastante precisión, cuándo un crimen es de su autoría y cuándo no lo es. Sobre
esta base, creemos estar en condiciones de afirmar que el asesinato de Manuel
Hernández Pasión no es fechoría de los sicarios de la UCI. A Manuel lo mataron
a plena luz del día, en un sitio muy transitado por hallarse casi en las
goteras de Zacapoaxtla y muy lejos de Huitzilan, y sus asesinos no lo
emboscaron, sino que lo siguieron y le dispararon desde vehículos en marcha. Nada
de esto se compagina con el “estilo” de los UCIs.
Pero también estamos seguros de que el crimen no tuvo
móviles personales, disputas por dinero o líos de faldas. Conocemos bien la
vida pública, personal y familiar de Manuel para poder afirmar esto. Su muerte
tuvo móviles políticos sin ninguna duda. ¿Qué queremos decir con esto? Manuel
era un líder brillante; era un indígena realmente identificado con su gente y fiel
a sus intereses, con una preparación teórico-política muy destacada y muy rara
en esos lugares. Estas características lo llevaron a convertirse en un
activista eficaz en la defensa y difusión del ideario de Antorcha entre los
indígenas de la sierra, con resultados positivos notables que iban haciendo
crecer nuestras filas muy aceleradamente. Pocos días antes de su muerte, el seccional
antorchista había programado un evento de aniversario con 50 mil indígenas, a
celebrarse, precisamente, en Zacapoaxtla, que no se realizó por el huracán que
azotó la sierra. Es seguro que éste fue el campanazo que despertó a los caciques
de la zona y que los decidió a acabar con el que ellos juzgaron elemento clave
del proceso. El Comité Estatal Antorchista, que preside el diputado Juan Manuel
Celis Aguirre, ha dicho, con toda razón, que a Manuel lo mató todo el cacicazgo
de la sierra, y no solo el de Huitzilan.
Esto no significa, desde luego, que el poderoso
multimillonario Alonso Aco y su escudero, el cura Martín Hernández, estén
libres de toda culpa. Hay suficientes
elementos para presumir su participación en el complot. Los defensores
oficiosos y “desinteresados” de Alonso Aco, que en la prensa poblana forman
legión (“Poderoso caballero es don dinero”, diría el clásico), insisten en que
Antorcha y el diputado Celis acusan sin prueba alguna y amenazan con llevarlo
ante los tribunales. Se equivocan de medio a medio: lo que sobra son indicios
para presumir su participación, como lo demostraremos en caso necesario; pero hoy,
por razones de espacio, me limitaré a lo siguiente: el diario CAMBIO, en su
edición del 11 de octubre, publicó una nota en la que se lee que, el 17 de
julio de 2015, el cura Hernández “admite
su miedo” (al Presidente de Huitzilan hoy asesinado) “y lo señala como uno de
sus enemigos” en los siguientes términos: “Estar consciente de que hay una
bestia terrible con el propósito de destruirme”; y poco más abajo: “… y que la
oscuridad tiene muchos rostros y nombres. Antorcha Campesina es uno de tantos”.
CAMBIO también asegura que “Al poco tiempo el sacerdote se alió con la Unión
Campesina Independiente (UCI) encabezada por Alonso Aco Cortés –otro de los
señalados como autores del crimen de Manuel Hernández Pasión”.
¿Es acaso manifestación de amor al prójimo y de
mansedumbre cristiana llamar a alguien “bestia terrible” o hacer de Antorcha
sinónimo de “oscuridad”, es decir, de fuerza diabólica, por oposición a la luz
que el cura Hernández dice representar? ¿No es acaso, más bien, la expresión de
un odio sin freno, capaz de inducir a quien lo siente al asesinato mismo? Y
debo añadir que peor fue el tono que permanentemente empleó el cura desde el
púlpito en contra de Manuel Hernández y de los antorchistas, durante el tiempo
en que fue párroco de Huitzilan. Y el mismo tono fue el empleado por Alonso Aco.
¿Es mucho suponer, con base en esto, su participación en la muerte de Manuel? Para
completar el cuadro, CAMBIO informa, al parecer con anuencia del cura Hernández,
su alianza con la UCI y su líder Alonso Aco, es decir, con los responsables de la
masacre que asoló a Huitzilan por más de cinco años como dije antes. Aquí
podemos ver cuánta lógica y cuánta razón asiste a quienes defienden a Alonso
Aco como fiel militante de Morena. Aco tiene de morenista lo que yo de
astronauta. En realidad, está aprovechando el hambre de militantes de los
morenos para hacer de ese partido un paraguas protector de sus inconfesables
intereses y fechorías, como antes lo hizo con el PRD, el PRI y el PAN. Ambos compinches,
el cura Hernández y Alonso Aco, coinciden en acusar del asesinato de Manuel a
sus propios compañeros. Esto es algo más que un absurdo. Yo entiendo y
reconozco el derecho que tienen a defenderse, pero no veo igualmente justificado
que inventen un culpable. Aquí ya no hay legítima defensa sino un claro intento
de proteger a los verdaderos asesinos. ¿No es esto, acaso, una confesión involuntaria
de su participación en el crimen?
Finalmente, toco algo de la mayor importancia. El
jueves 12 de octubre, la esposa y un hermano de Nibardo Hernández, Secretario
del ayuntamiento de Cuayuca de Andrade, Puebla, recibieron el siguiente anónimo:
“El martes murió un presidente Antorchista, casi 9 días de tu fecha, no te
podemos lograr, te nos escondes y escapas mucho pero llegará el día. En la
sierra norte como en la Mixteca no queremos más antorcha ! Con camionetas
blindadas o no, tu no te escapas ing. Nibardo. Basta de hablar de obras y
progreso ¡ Vas a caer ¡ no más antorcha en la sierra norte y Mixteca.!Estás
solo, tus perros fieles no harán nada para defenderte, gritas mucho pero nadie
te hará justicia ing. Te dejarán solo Estas solo! donde está tu blindada ?
Donde están tus matones ? Fuera antorcha de Puebla y México, cancer de este
país ! Venceremos !” Hasta aquí el anónimo.
También Nibardo ha recibido ya varias amenazas que
hemos estudiado cuidadosamente. Todas ellas, por su lenguaje, pobre redacción y
limitados objetivos, no ofrecen duda de que los autores son caciques
pueblerinos. Pero este último mensaje es distinto: el lenguaje, la redacción y la
amplitud de objetivos hablan de que, al igual que en el caso de Manuel, detrás
de la amenaza se esconde un poder superior, que estaría maquinando una ola de
asesinatos de líderes antorchistas a escala nacional para frenar nuestro
desarrollo y, de ser posible, aniquilarnos totalmente. ¿Qué tan altos están
quienes mueven los hilos de estos hechos temibles? ¿Quiénes son los verdaderos interesados
en esta embestida liquidacionista? Después de haber obligado al pueblo pobre a
organizarse y luchar contra la desigualdad y la pobreza que los lacera, ¿quieren
ahora empujarlo a defender su vida por todos los medios a su alcance? La paz y
la tranquilidad del país, ya bastante mermadas, no necesitan que se arroje más
gasolina al fuego.
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