jueves, 28 de septiembre de 2017

COREA DEL NORTE Y EL DERECHO DE LOS PUEBLOS OPRIMIDOS DEL MUNDO

Por: Aquiles Córdova Morán
La feroz e intensa campaña de los medios occidentales, claramente orquestada desde algún centro del poder mundial, presenta el desarrollo de armas nucleares por parte de Corea del Norte como algo absolutamente carente de bases o motivos racionales, y al líder norcoreano, Kim Jong-un, como un irresponsable, casi un loco con pistola. Tal versión de los hechos no se corresponde con la realidad de los mismos, sino con los intereses del imperialismo norteamericano y mundial, que no son otros que el dominio total y absoluto del planeta. Repasemos brevemente alguna información que respalda lo dicho.
La península de Corea fue invadida por Japón a raíz de la guerra ruso-japonesa de 1904-1905 que acabaron perdiendo los rusos, ocupación que duró hasta agosto de 1945 cuando, como consecuencia de la Segunda Guerra Mundial, la península fue liberada y dividida en dos partes: el sur, controlado por los norteamericanos, y el norte bajo patrocinio soviético. Los norteamericanos nunca aceptaron bona fide esta división, ellos querían para sí toda la península y, por tanto, de inmediato comenzaron a buscar la manera de conseguir su objetivo. En 1948, convocaron una votación amañada para elegir un gobierno único para toda la península proclive a sus intereses; Corea del Norte no cayó en la trampa, rehusó participar en la farsa y se proclamó república independiente, soberana y socialista, procediendo de inmediato a elegir sus propios órganos de poder popular. Este fue el primer intento visible del imperialismo para apoderarse de las dos Coreas. El fracaso de éste y otros muchos intentos de parecida factura decidieron a los EE. UU., finalmente, a ensayar la invasión directa. Norcorea fue invadida por las fuerzas armadas norteamericanas en el año de 1950. Fue una guerra brutal y sangrienta en la que se redujo a escombros casi toda la infraestructura útil del país, la agricultura quedó devastada y murieron más de dos millones de personas, esto es, la décima parte de la población total que entonces rondaba los 20 millones de seres. A pesar de todo, Norcorea resistió y pudo finalmente forzar el cese de las hostilidades en 1953; pero, técnicamente, esa guerra sigue sencillamente porque, tanto los EE. UU. como Corea del Sur, se han negado tozudamente a firmar la paz definitiva. Esto hace temer a los norcoreanos una nueva invasión, y es esta la primera razón que esgrimen para explicar su rearme acelerado.
Después de 1953, a raíz de los primeros ensayos nucleares tímidos de Norcorea, se celebraron negociaciones “serias” para resolver definitivamente el conflicto, pero todos los intentos fueron reventados por los negociadores norteamericanos, que exigían concesiones claramente inadmisibles para la contraparte. Esta conducta saboteadora hizo sospechar a los norcoreanos, con toda razón, que EE. UU. no busca realmente la paz, sino conseguir su viejo propósito de apoderarse de toda la península para su propio beneficio. Esta es la segunda razón lógica que esgrimen para justificar su desarrollo nuclear. En años más recientes, y aprovechando una severa crisis de su agricultura, los norteamericanos volvieron a la carga ofreciendo a Norcorea alimentos y financiamiento para su desarrollo a cambio de la renuncia definitiva al desarrollo de armamento nuclear, pero siguieron negándose a firmar la paz definitiva, que incluiría el firme compromiso de respetar la integridad territorial, la soberanía y el régimen socialista de Corea del Norte. Este es un tercer argumento, perfectamente lógico, que los norcoreanos alegan en su defensa y que la prensa occidental se empeña en esconder a la opinión mundial.
Casi simultáneamente a estas tentativas de cohecho, tuvieron lugar las sangrientas invasiones de Afganistán, Irak, Egipto, Libia, Siria, etc., por parte de las fuerzas armadas de la OTAN cuyo jefe real e indiscutido es el imperialismo norteamericano. La opinión mundial conoció hasta los detalles más sangrientos y repugnantes del horrendo asesinato de Muamar Gadafi, de Libia, y de Sadam Hussein, de Irak; y hoy todos sabemos que ninguno de estos países ha recobrado la paz, la estabilidad y el bienestar de que gozaban antes de la invasión de la OTAN. Por el contrario, reina en ellos la anarquía, el desorden, la violencia sangrienta, el saqueo ilegal de sus recursos naturales, mientras la población que logra sobrevivir, literalmente se muere de hambre ante la mirada impasible de los invasores. Esto lo sabe también el gobierno norcoreano, y sabe, además, que estos gobernantes masacrados renunciaron a su derecho de legítima defensa seducidos por promesas muy parecidas a las que hoy les hacen a ellos. Por eso, esta es una cuarta razón, muy lógica y racional, que esgrimen para no renunciar a su desarrollo nuclear.
La prensa occidental no se cansa de repetir que el arma nuclear en manos de Norcorea representa una grave amenaza para la paz mundial, amenaza que hay que detener como sea. Esta acusación requiere, para ser creíble, demostrar previamente la veracidad de una de dos alternativas: o bien que Norcorea se propone conquistar territorios ajenos, o bien que es un estado delincuente dirigido por un irresponsable, un demente que puede oprimir el gatillo atómico sin ninguna razón y cuando menos lo esperemos. Pero ambos razonamientos son evidentemente falsos. Primero, Corea del Norte es una nación pequeña en territorio y población (no mide más de 125 mil kilómetros cuadrados y sus habitantes escasamente alcanzan los 30 millones); su economía es pequeña y relativamente débil, poco desarrollada. Sus vecinos, en cambio, sus primeras víctimas lógicas son, casi todos, naciones grandes, ricas y poderosas. ¿A quién, pues, va a invadir Corea del Norte? ¿A su vecina del sur, rica y protegida por EE. UU.? ¿A Japón, a China o a Rusia? ¿A los propios EE. UU.? Todo esto no es solo una mentira ridícula, es una locura simple y llana.
La segunda alternativa es de un evidente contenido racista que, en el fondo, viene a decir lo siguiente: EE. UU. puede tener bombas nucleares y cohetes suficientes para destruir al planeta varias veces, sin que ello represente peligro alguno para el mundo porque se trata de una nación civilizada, poblada por hombres y mujeres de raza superior, anglosajones, blancos y protestantes y puede, por eso, ser depositario y guardián de las armas y de la seguridad de la humanidad entera, sin que exista el peligro de un mal uso, de un abuso de tan tremendo poder. Norcorea, en cambio, es el reverso de la medalla: sus ciudadanos y gobernantes son todos de raza inferior; su país es una nación delincuente, salvaje e incivilizada y, por eso, en sus manos, el arma atómica es un peligro para el mundo. Este argumento olvida que las únicas bombas atómicas que se han arrojado sobre una población inerme las ha arrojado EE.UU., y que todas las guerras que el mundo vive hoy en día, han sido promovidas, financiadas y armadas por ese mismo país, mientras que Norcorea no ha hecho nunca nada parecido, a pesar de su inferioridad racial y su incivilización. Estos hechos sencillos dicen claramente que este segundo argumento no tiene más valor que la teoría racial y el  “superhombre” de Hitler y la Alemania Nazi.
De esto se deduce naturalmente que las razones de Corea del Norte son ciertas y entendibles para cualquiera; que la invasión y destrucción total que recela de EE. UU. no nace ni se incrementa a causa de sus armas nucleares, sino de la naturaleza intrínseca de todo imperialismo, que siempre tiende a la conquista del débil. Por tanto, su renuncia al armamento nuclear no aleja el peligro sino que se vuelve mucho más cierto e inminente, como lo prueba la experiencia de Libia e Irak. Pero hay algo más. Desde su victoria en la guerra fría, los teóricos del imperialismo han hecho creer a las clases gobernantes que su sistema es el techo del desarrollo humano, el último eslabón posible y deseable de la larga cadena del progreso histórico del hombre. Más allá del imperialismo ya no hay nada más ni puede haberlo y, en consecuencia, es legítimo y necesario aplastar sin miramiento todo intento de ir adelante en busca de un mundo mejor para todos.
Vistas así las cosas, Corea del Norte, al desafiar esta versión ciega e irracional del futuro de la humanidad actúa como la encarnación de la ley que postula como eterno e indestructible el movimiento y el cambio de todos los seres y fenómenos que pueblan el universo conocido por el hombre, incluida desde luego la historia de la sociedad. El triunfo de la causa de ese pequeño país, pues, es sólo cuestión de tiempo. De esto se desprende que Norcorea es, hoy por hoy, el abanderado y el muro de legítima defensa del derecho que tienen todos los pueblos pobres y oprimidos de la tierra a perseguir sin descanso un destino mejor para sus hijos. Corea del Norte tiene la razón histórica de su parte; quienes la censuran y sancionan están equivocados. Si la causa de la condena y las sanciones fuera realmente la violación del derecho internacional, habría que preguntar por qué no se aplica la misma medida a los EE.UU., que son indudablemente quienes más reiterada, grave y escandalosamente han violado esa legislación. La doble medida nunca ha sido prueba de verdadera justicia sino de todo lo contrario.

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