Por: Aquiles Córdova Morán
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Redacción/Quihubole!!!
Por: Aquiles Córdova Morán
CIUDAD
DE MÉXICO.- a 18 de julio de 2019.- Aunque no todos estén de acuerdo
con ello, lo cierto es que si se observa con un poco de interés y detenimiento
el funcionamiento de la sociedad, se advertirá en seguida que en la base de su
vida material y espiritual está la actividad económica, es decir, la producción
de los bienes y servicios que sus miembros necesitan para mantenerse vivos y
activos. Para trabajar, pensar, sentir y crear; para generar cosas nuevas y
superiores, tanto en el ámbito material como en el espiritual, lo primero que
tiene que hacer el ser humano es existir; y de aquí el papel fundamental de la
producción económica, de la cual depende todo lo demás.
Con
la evolución histórica de la sociedad, su actividad productora, que en sus inicios
era instintiva y espontánea, se fue haciendo cada vez más compleja y difícil de
manejar con acierto para obtener los frutos deseados, en la cantidad y con la
calidad que la sociedad demandaba. Poco a poco, pues, se fue volviendo
indispensable la comprensión científica de los principios y leyes sobre cuya
base existe y funciona la producción económica, si se quería gobernarla y
garantizar sus resultados; se hizo necesario cuantificar lo que insumía y los
resultados esperados, así como planificar la distribución de estos entre todos
los miembros de la sociedad. En una palabra, se hizo necesaria la ciencia
económica, la economía científica.
Es
cosa sabida que la economía como ciencia es relativamente joven. Su origen se
remonta a la segunda mitad del siglo XVIII, y su desarrollo al siglo XIX. Fue
la respuesta a las necesidades y problemas planteados por el capitalismo en su
fase de producción masiva, primero mediante la cooperación simple y la
manufactura y, más tarde con la maquinaria y gran industria. El país que
primero arribó a ese grado de desarrollo fue Inglaterra y, por eso, la economía
política se considera una ciencia “inglesa”. William Petty, Adam Smith, David
Ricardo, los Mill (padre e hijo), Malthus y otros que se consideran los padres
de la economía clásica, son todos hijos de la Gran Bretaña.
Pero
las investigaciones de estos clásicos, destacadamente Smith y Ricardo, se
proponían desentrañar problemas que, a la larga, resultaron molestos, y hasta
“peligrosos”, para los estratos sociales que dominaban el nuevo modo de
producción, y también para las clases gobernantes. Explorar qué es el valor de
las mercancías, cuál es su contenido esencial; de donde brota y en qué consiste
la riqueza social y quiénes la producen; cómo lograr una distribución más
equitativa de la misma entre todos los miembros de la sociedad; etc., era algo
que incomodaba al capital y al Estado, por cuanto que podía poner en movimiento
la inconformidad de las fuerzas sociales menos favorecidas. Se hizo necesario
otro tipo de economía, mas “precisa”, matemática si fuera posible, para dejar
atrás la economía “especulativa”.
Este
nuevo tipo de economía, la llamada economía subjetiva o matemática, también
nació en Inglaterra. Su creador, Jevons, fue el primero en aplicar el cálculo
diferencial a los problemas económicos, dando origen al llamado “marginalismo”
que es, hasta el día de hoy, la columna vertebral de la economía del capital.
Con la teoría marginalista, los problemas planteados por los clásicos, como la
teoría del valor-trabajo o la de la ganancia del capital formada (aunque no
realizada) en el proceso de producción, fueron abandonados o recibieron un
nuevo enfoque, un enfoque “matemático” en el cual el productor directo, el
obrero y su trabajo vivo, quedaron
totalmente al margen por ser “innecesarios”, y hasta estorbosos, para el
desarrollo de la nueva economía.
A
partir de Jevons, la economía matemática no ha dejado de desarrollarse y
perfeccionarse (no sin tropiezos, fricciones internas y cambios
significativos), y hoy es, sin discusión, la que dirige y gobierna al mundo del
capital. Los éxitos que el capitalismo ha alcanzado bajo su amparo y guía son
de tal magnitud y brillantez, que la han afianzado como la única explicación
valida de todos los fenómenos socio-económicos de nuestro tiempo, con exclusión
de otra cualquiera y con olvido absoluto, e incluso con abierto repudio y
burla, de los descubrimientos de la economía clásica. Este fenómeno se ha
venido ahondando, hasta alcanzar tintes de agresividad y violencia ajenos a
toda ciencia, desde que se convirtió en el continuador más brillante de la
escuela clásica un economista alemán llamado Carlos Marx.
Pero
los errores de enfoque y la mutilación absoluta de la dimensión humana y social
de la economía matemática, ni son baladíes ni pueden ser borrados de la
realidad con exorcismos y tonantes condenas verbales. La pobreza y la
desigualdad crecientes en todos los países capitalistas sin excepción; el
colonialismo, la opresión y explotación de unos países por otros; las guerras,
“localizadas” pero mortíferas e interminables, que asolan a vastas regiones del
planeta; la brutal y absurda concentración de la riqueza en poquísimas manos;
las tensiones mundiales que a cada paso nos amenazan con una catástrofe
nuclear; todo ello y más tiene su origen, en última instancia, en el predominio
absoluto de una economía “matemática” y deshumanizada, que esconde los
problemas humanos que genera.
La
última versión (la más inhumana y brutal) del capitalismo regido por la
economía matemática, es el llamado neoliberalismo. Al llegar este, tiró por la
borda conquistas y beneficios sociales que las grandes masas trabajadoras
habían ganado en épocas mejores, para entregarlas, inermes, a las frías e
inexorables “leyes del mercado”. La sindicalización obrera que conseguía
mejores salarios y mejores jornadas y condiciones de trabajo; el seguro contra
enfermedades y accidentes laborales; el derecho a una vivienda digna, a
servicios de salud eficientes y accesibles, a una educación gratuita y de calidad,
a servicios domésticos y públicos baratos; el derecho a una pensión suficiente
para una vejez digna; todo eso y más, el neoliberalismo lo mandó al bote de la
basura (de un golpe o poco a poco), para dejar al trabajador colgado solo de su
salario que, para colmo de injusticias, hace años que se mantiene en el mismo o
parecido nivel.
El
neoliberalismo también ha traído consigo
el monopolio del poder político por las oligarquías de cada país, por lo cual
el Estado, ni puede ni quiere poner freno al desastre. Y para cerrar con broche
de oro, hay que tener en cuenta, además, que la llamada “teoría del goteo” de
la riqueza, de las clases altas a las bajas, que debería equilibrar la balanza
del bienestar según la teoría económica al uso, ha resultado ser absolutamente
falsa, como lo prueba la monstruosa concentración de la riqueza en todo el
mundo capitalista.
Por todo esto, resulta totalmente justa y racional la
rebelión mundial contra el neoliberalismo y el llamado a construir una nueva
política económica que obligue al Estado a corregir las fallas del mercado, a
enderezar los desequilibrios que provoca y a mejorar la distribución de la
renta nacional, para abatir en serio la pobreza y la desigualdad. Pero, ¡ojo!,
suprimir el neoliberalismo no significa acabar con el capitalismo; erradicar la
propiedad y la inversión privadas para sustituirlas por algo distinto, sea lo
que sea. Poner fin al neoliberalismo rapaz no es poner fin a la era del
capital, sino solo corregir sus abusos y desviaciones más agudos e insoportables,
que dañan al bienestar colectivo y desestabilizan a la sociedad. Al menos eso
es lo que los antorchistas entendemos por acabar con el neoliberalismo.
Esto
implica que la leyes de la economía matemática siguen siendo validas en la era
pos neoliberal para el buen funcionamiento del régimen. El mismo Marx fue
explícito al sostener que los principios y categorías de la economía burguesa
no eran científicos sino ideológicos, justamente porque no fueron creados para
poner al descubierto su esencia explotadora, sino para ocultarla. Pero tales
principios y categorías, dijo, bastan para el buen funcionamiento del sistema,
y su validez no desaparecerá con solo denunciar su carácter ideológico. Es
necesario erradicar la base material de donde brotan y en que se sustentan,
esto es, la propiedad privada de los medios de producción y de cambio. Mientras
esto no ocurra, aquella economía seguirá siendo necesaria para el buen
rendimiento de la inversión privada. La corrección de sus daños no pasa por la
cancelación de su ciencia económica; tiene que venir de una política
gubernamental que se proponga hacer eso en serio. De lo contrario, se corre el
riesgo seguro de desencadenar una crisis mayor que la que se desea curar.
Una
política que se proponga en serio la justicia social en un marco de economía
capitalista (pero no neoliberal), es perfectamente posible. Solo requiere del
acuerdo y la cooperación de todas las fuerzas activas y productivas de la
sociedad, en particular de las masas populares organizadas y del empresariado
nacional. Y esto no se logra con el ataque sistemático a todo y a todos, ni
menos con el repudio de la ciencia económica que gobierna y dirige al sistema,
tratándola de inútil o de cómplice de los abusos del modelo neoliberal. Que tal
sintonía con los inversionistas privados es posible (aunque no fácil), lo
prueban casi todos los países de Europa Occidental que, sin romper
violentamente con las industrias y la
banca, han logrado una política fiscal progresiva, un mejor reparto de
la renta nacional y unas sociedades mucho más igualitarias que la nuestra. Esto
y no otra cosa es por lo que lucha Antorcha. Y seguirá haciéndolo con toda
determinación, mientras la situación nacional y mundial indiquen que un cambio
más radical nos llevaría a todos a un desastre de proporciones imprevisibles.
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