Como todo implante, puede producir reacciones secundarias, molestias,
malestares y, en ciertos casos, hasta rechazos
POR: José Elías Romero Apis/22/02/15.
Prosigue el desarrollo de las estrategias de cada partido rumbo a las
elecciones. La democracia como vivencia real, y no sólo como postulado
político. Como fenómeno que requiere ser entendido, comprendido e incluso
aceptado. Escenario de la vida política para cuya implantación las sociedades
requieren acondicionamiento. El sistema democrático no es un mero producto del
instinto humano. Por el contrario, es el resultado de una compleja deliberación
racional para la cual se requiere todo un proceso, que va desde el
entrenamiento hasta la adaptación, porque, como todo implante, puede producir
reacciones secundarias, molestias, malestares y, en ciertos casos, hasta
rechazos.
Como todo producto social, es imperfecto, pero perfectible. Tampoco se
requiere su perfección a partir de un paradigma ideal, sino su adecuado
ensamble a las necesidades y aspiraciones de cada sociedad en particular.
La mercadotecnia política de los tiempos actuales puede llevar a
confusiones entre la objetividad y la subjetividad. Mucho nos ayudaría
distinguirlos en todo momento. A título de mero ejemplo, comparemos lo que
sucede entre política y deporte.
El deporte es el ejemplo supremo de lo objetivo. La política es el
ejemplo supremo de lo subjetivo. Esto no quiere decir que una actividad sea
superior o preeminente a otra, sino, tan sólo, que se mueven en parámetros
conceptuales distintos y distantes.
El mérito deportivo es objetivo a plenitud. En la competencia deportiva
no gana un equipo porque sea más simpático, ni más atractivo ni más querido.
Gana, exclusivamente, porque anotó más goles o porque logró más carreras, o más
yardas. En los play offs, y en los encuentros finales, participan los equipos
porque tienen un mejor récord, no porque tengan más aficionados.
Por eso, a los deportistas les interesa su entrenamiento, su
acondicionamiento, su condición, su aplicación y su desempeño, pero nunca les
interesa o, por lo menos, no debiera interesarles ni el público ni su opinión.
Uno de los propósitos de la tecnología deportiva moderna es lograr desconectar
la relación entre el jugador y el público. No es extraño suponer que un jugador
de futbol, de fuerte concentración mental, pueda estar los 5,400 segundos del
partido con la vista y la atención puestas en una esfera de 400 gramos sin
voltear a ver una sola vez, ni escuchar un solo segundo, a los 100 mil
espectadores que lo rodean, y sin interesarse en millones de televidentes.
Por eso, aunque hay excepciones, la mayoría de los deportistas
destacados son individuos introvertidos, retraídos, tímidos, bruscos, pedantes,
presumidos y hasta repelentes. Por lo menos así aparecen ante el gran público,
aunque en la intimidad sean muy distintos. El fondo de esto es que no les
interesa quedar bien por razones de simpatía. Nos entusiasman, y hasta nos
emocionan, con su desempeño en la cancha y, junto a ello, no tiene importancia
que en la pantalla nos repugnen sus palabras, sus ideas o sus ademanes.
Saben, también, que su equipo no se sostendrá en la tabla de
resultados, ni ellos dentro de su equipo, porque nosotros los amemos, sino
porque ellos ganen puntos. Nuestro cariño y nuestra pasión no tienen lugar en
la tabla de resultados de ningún deporte, en ningún lugar del mundo y en
ninguna época de la humanidad. Todos sabemos que vale más un gol que una porra
de 100 mil gargantas.
La política, por el contrario, es lo más cercano al subjetivismo
absoluto. Particularmente en el proceso de la democracia, lo que cuentan son
las simpatías, la imagen, el carisma, el contenido anímico y todos esos
factores de la relación entre electores y candidatos, y de lo cual habrá de
depender el resultado de una elección.
Esto no quiere decir, desde luego, que la democracia sea el camino para
la entronización de hombres de deplorable historial o de siniestra prospectiva.
La democracia es el mejor sistema de designación pública que se ha inventado.
Lo que queremos decir, simplemente, es que las reglas a las que se atiene la
política se basan en una relación subjetiva, llámese liderazgo, partidarismo o
afinidad política, donde cada quien formula su propia “tabla de posiciones” y
cada quien coloca a los contendientes en el lugar que se le antoje a su
exclusiva voluntad.
En el deporte hay un solo cuadro de medallas, nos guste o nos disguste.
En la política hay tantos cuadros como el número de electores, y cada uno de
nosotros confiere la de oro a su preferido. La democracia pura es pura
voluntad, o no es democracia.
Por esas diferencias esenciales, los deportistas requieren
acondicionamiento, y no campañas. Por eso mismo, los deportistas utilizan
entrenadores, y no publicistas. Son tan extremas las diferencias que baste ver
que el aficionado a los deportes espera con ansia la tabla de resultados. La
recorta y la conserva semanalmente. A él no le interesan ni las declaraciones
ni las promesas previas al encuentro. Solamente el resultado.
Por el contrario, al espectador de la política le interesa más la
oferta de promesas que su logro mismo. Por eso, el Himalaya de la política son
las campañas electorales, no los informes de gobierno. Más aún, en todas las
latitudes, el más desangelado de los informes de gobierno es el final, lo que
en deportes es, exactamente, al revés.
La distinción de esas diferencias es esencial en el proceso de
maduración de todas las sociedades democráticas. Vale que podamos hacerla.
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