Terminaron las prestigiosas dirigencias
históricas
POR: Roberto Domínguez Cortés/22/02/1.
La crisis interna en el PRD, y el enorme desprestigio de su actual
dirigencia, terminará por sepultar al partido que en 1988 ganó la elección
presidencial a Carlos Salinas y al PRI, y que, en ese entonces, se presentó
como la opción de la verdadera transición a la democracia.
De aquéllos líderes históricos nada queda, como tampoco nada de las
poderosas fuerzas políticas que lograron vencer al partido de Estado, aunque el
mismo Estado haya negado a los mexicanos la posibilidad, soberana, de elegir a
sus gobernantes.
Cuauhtémoc Cárdenas, al que mucho debe la democracia mexicana, Porfirio
Muñoz Ledo y la ilustre maestra Ifigenia Martínez hicieron posible la
premonición anunciada en 1972 por don Daniel Cosío Villegas en su trascendental
obra “El sistema político mexicano”: “Si alguna vez surgiera un nuevo partido
(para derrotar al PRI), sería un desgajamiento del PRI, y no algo ajeno a él”.
La elección de 1988, con el triunfo de Cárdenas, fue el punto de
quiebre del sistema político mexicano. Ya no fueron especulaciones, sino la
declaración directa del ex presidente Miguel de la Madrid, quien públicamente
manifestó haber ordenado a su secretario de Gobernación, Manuel Bartlett, la caída
del sistema para impedir la derrota de Carlos Salinas.
Sin embargo, con todo y la primera elección de Estado, comenzó la
cuenta regresiva para el PRI y lo que Mauricio González de la Garza anunció en
1981 como La última llamada. En sólo 12 años, el poderosísimo partido oficial
fundado por Plutarco Elías Calles perdía la Presidencia de la República.
Cuauhtémoc Cárdenas y sus seguidores lograron lo que hasta ese 3 de
julio de 1988 parecía imposible: Derrotar al PRI y preparar el camino para que,
en el 2000, el PAN y Vicente Fox, con la complicidad de Ernesto Zedillo,
accedieran a la Presidencia de México.
Dentro del PRI, Cuauhtémoc Cárdenas, Muñoz Ledo, Ifigenia Martínez y
César Buenrostro crearon la Corriente Democrática, con el propósito de hacer
abierta la elección del candidato del PRI a la Presidencia de la República y
evitar la imposición de Carlos Salinas como sucesor de Miguel de la Madrid.
Tenían razón. Salinas acabó con el patrimonio de la Nación, destrozó la
economía y se empobreció, como nunca, el país.
Hubo, en ese momento, la conciencia nacional de que las cosas deberían
de cambiar en México, y ese fue el gran éxito del Frente Democrático Nacional:
Unificar a todas las fuerzas políticas de izquierda, hartas de 60 años de PRI
sin oposición y de una corrupción galopante.
Fue así como, en octubre de 1987, Cuauhtémoc Cárdenas obtuvo la
candidatura del Partido Auténtico de la Revolución Mexicana (PARM) y,
sucesivamente, la postulación del Partido Social Demócrata, del Frente
Cardenista de Reconstrucción Nacional, del Partido Popular Socialista, del Partido
Verde y del Partido Liberal. Todas estas, aun cuando eran modestas fuerzas
políticas, crearon las condiciones adecuadas para hacer triunfar a la izquierda
mexicana.
Participó en ese intento de reconstrucción nacional el ingeniero
Heberto Castillo, legendario líder y preso político del diazordacismo de 1968
que desde el Partido Socialista Unificado de México, antecedente del Partido
Comunista Mexicano, entendió el momento histórico para ceder su candidatura
presidencial a Cuauhtémoc Cárdenas. Lo mismo ocurrió con la señora Rosario
Ibarra de Piedra, quien, como candidata del Partido Revolucionario de los
Trabajadores (PRT), se sumó al intento de destitución del PRI como fuerza
política única y hegemónica.
Hasta organizaciones sociales locales, como la Coalición Obrera,
Campesina y Estudiantil del Istmo (COCEI), que había derrotado al PRI en
Juchitán, Oaxaca, aportaron su cuota electoral para oponerse a la espuria
candidatura de Carlos Salinas.
Sólo que, por esas jugadas impensables de la historia, con la candidatura
y triunfo de Cuauhtémoc Cárdenas en 1988 quedó para siempre sepultado el
partido único de Estado y el presidencialismo exacerbado. Ese partido y ese
presidencialismo al que el general Lázaro Cárdenas fortaleció y consolidó desde
el Partido de la Revolución Mexicana (PRM) para imponer, fraudulentamente, a
Manuel Ávila Camacho, un oscuro y mediocre general poblano, muy por debajo del
general Francisco J. Mújica, constituyente del 17 y artífice de la expropiación
petrolera.
Lamentablemente, todo ese esfuerzo de unificación se perdió cuando los
“líderes morales” y las tribus perredistas asaltaron el partido para repartir
el botín de las candidaturas como cuotas de privilegio. Por el contrario, hoy,
la diáspora dentro del PRD es insostenible. La nueva izquierda, mejor conocida
como la corriente de Los Chuchos, y Carlos Navarrete terminaron por triturar lo
que queda del PRD en caída libre.
Con el peso del desprestigio, y la salida de dos de los más conspicuos
militantes perredistas, el PRD, en paralelo con el PT y el Movimiento
Ciudadano, corre el riesgo en el 2018, y tal vez en este 2015, de perder su
registro si no alcanza el 3 por ciento de la votación nacional.
Cuauhtémoc Cárdenas, primer presidente perredista, renunció al PRD, en
tanto que Andrés Manuel López Obrador fundó un nuevo partido, bajo el lema de
Movimiento Regeneración Nacional, suficiente para que ambas declinaciones
anuncien la desaparición del antes prestigioso partido y esperanza política
nacional.
Pero al PRD se asoman también bajas que terminarán por borrarlo de las
boletas electorales. Ya no pertenecen al oscuro sol azteca figuras del tamaño
de Alejandro Encinas, ex jefe de Gobierno del Distrito Federal, el senador
Mario Delgado y otros dirigentes históricos, como Eloy Cisneros, fundador del
PRD, Saúl López y Ranferi Hernández.
Pero, además de estas deserciones, al PRD lo acompañan el desprestigio
de la masacre de Ayotzinapa, bajo la tutela de su adoptado gobernador Ángel
Aguirre, y otros perredistas improvisados, como Pablo Salazar y Juan Sabines,
verdaderos delincuentes en funciones de gobernadores en Chiapas, de ahí que si
el PRD ha caído en las preferencias electorales del 16 al 10 por ciento, es
predecible que llegará al sótano de las encuestas y a su inminente desaparición,
como lo confirman la pérdida de las gubernaturas de Chiapas, Michoacán y
Zacatecas. Ampliaremos…
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