Por: Ignacio Acosta Montes/Dirigente de Antorcha en Baja California
“¡Somos libres!”. Así sintetizó lapidariamente el presidente López Obrador su respuesta ante los estudiantes, padres de familia y profesores que exigen un mínimo de garantías sanitarias para el regreso a clases, sobre todo por la escalada de contagiados y muertos por Covid-19 en los últimos días, lo que se ha dado en llamar la “tercera ola”.
A la hora que escribo este 30 de julio, se ha reconocido oficialmente que en los últimos dos días se ha superado los 19 mil nuevos contagios diarios, con lo cual nos acercamos a superar el récord de 22,339 contagios reportados el 22 de junio de este año. En ningún momento las autoridades sanitarias y políticas en general han logrado “aplanar la curva” ni “domar la pandemia”. Por el contrario, la evolución natural del virus ha producido variantes cuyos efectos en nuestra salud no alcanzamos todavía a conocer plenamente, como la ya mundialmente extendida variante Delta del SARS-CoV-2. El mundo entero en alerta por esta nueva cepa infecciosa y en México el subsecretario de Salud, Hugo López-Gatell dijo que la evidencia científica sobre si Delta es más agresiva que otras variantes “no es concluyente”, en la nota de Forbes del 2 de julio agregaron sus comentarios acerca de que no podemos saber si es más transmisible o no y que no hay evidencia de que sea más mortal.
Prácticamente diciendo que no hay nada de qué preocuparnos. Me resulta inevitable recordar a José Saramago cuando afirmaba que "Los únicos interesados en cambiar el mundo son los pesimistas, porque los optimistas están encantados con lo que hay". López Gatell al menos finge estar “encantado” con lo que hay y por ello -no hay duda- ni por error puede alineársele junto a los que pretenden y son capaces de “cambiar el mundo”.
El presidente López
Obrador reclama la “libertad” como coartada para negar su responsabilidad en
garantizar las condiciones sanitarias demandadas por todos los interesados en
la educación, en el “regreso a clases” -en efecto- pero no a costa de arriesgar
la salud y la vida de “nuestras joyas”, como llamara Cornelia Africana a sus
hijos. ¿Hay realmente razones para que se descalifique la exigencia de vacunas
para los estudiantes y condiciones sanitarias suficientes para las clases
presenciales? ¿Hay bases para afirmar que se trata pura y llanamente de un
intento de “atacar” al gobierno? ¿Es una sucia maniobra de sus “adversarios”,
como le gusta calificar al presidente a todos aquellos que osen diferir o
criticar algunos de sus juicios o políticas? Me cuento entre los que consideran
que, en materia de salud, de preservación de la vida y cuidado de niños y
jóvenes, no hay exageración posible, se debe hacer todo lo posible y deben de
aplicarse todos los recursos posibles. Pero sobre la variante Delta del Covid
sabemos ya lo suficiente para no confiarnos sobre su peligrosidad. ¿Qué se sabe
certeramente? Que está supliendo rápidamente a la variante alfa como la
dominante en todo el mundo; que al menso es tan peligrosa como las variantes
antes conocidas, aunque hay estudios que atribuyen a los contagiados por ella
un doble de posibilidades de ser internados en un hospital; que se ha extendida
más que las anteriores entre niños y jóvenes, ocasionando un sensible aumento
de menores infectados; que los grupos no vacunados son más vulnerables a Delta.
Es imposible no
compartir la preocupación manifestada por el presidente de México ante el grave
rezago académico y otros problemas que genera la falta de clases presenciales
en los diferentes niveles educativos, pero dicha inquietud no puede imponerse
sobre la que debe despertarnos el respeto a la vida y la preocupación por la
salud de toda la población, especialmente ante una emergencia como la que
enfrenta el mundo entero. Por ello el presidente debería haber empezado por
comprometerse a acelerar el programa de vacunación, pues no se ha vacunado ni
al 20% de los mexicanos, a incluir en el mismo al menos a todos los mayores de
12 años como ya se está haciendo en diversos países, a garantizar a todas las
escuelas las obras y mejoras necesarias para que cuenten al menos con drenaje y
agua, indispensables para medidas de higiene, debió asegurar que las escuelas
contarán con sanitizantes, gel hidroalcohólico y termómetros para revisar a
maestros y estudiantes. Además, antes que aseverar autoritariamente que se
regresará a clases “llueve, truene o relampaguee”, debe establecerse un plan de
trabaja para cada centro en el que se especifiquen las medidas sanitarias que
se aplicarán en concreto para avanzar en el plan de estudios sin arriesgar la
salud de los educandos. Ante esa
posición simplista que elude los problemas diciendo que el que no quiera mandar
a sus hijos a la escuela para cuidar su vida es libre de no hacerlo y ante la
gravedad de la tercera ola de Covid y la falta de compromiso de las autoridades
sanitarias mexicanas, solo puedo concluir dos cosas:
1. Es indispensable cuidarnos de esos optimistas que todo lo ven bien,
“encantados con lo que hay”, dijo Saramago, y es urgente sumarnos a los que sí
buscan los cambios y luchan por la vida, la salud, la educación y el progreso.
Luchar por un mejor futuro, allí sí, cueste lo que cueste y llueva, truene o
relampaguee.
2. Hay que cuidarnos de los demagogos que, con frases efectistas,
dulzonas y con apariencia de sentido común nos tratan de confundir. Uno de los
recursos más manidos es, sin duda, el apelar a la libertad. Somos libres, nos
acaban de recordar y, a la vez, me acorde de Madame Roland que en la actual
Plaza de la Concordia de París, antes de colocar su cabeza en el cepo de la guillotina
en 1793, volteó a ver la estatua de la Libertad colocada justamente en la
entonces llamada Plaza de la Revolución y exclamó antes de que le cortaran la
cabeza: ¡Oh, Libertad!, ¡cuántos crímenes se cometen en tu nombre!
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