Por:
Jassón Celis Córdova
A estas alturas no es ya desconocido para
nosotros la absoluta negativa de la SEP y sus dependencias estatales para
resolver nuestras demandas educativas. Hemos hecho público en reiteradas
ocasiones el hecho de que desde hace más de un año, en negociaciones con dicha
secretaría, solo hemos recibido como respuesta una rotunda negativa y un total
desinterés por dar seguimiento a nuestro pliego petitorio y solucionar las
demandas más sentidas que en él se encuentran: reconocimiento oficial de
nuestras escuelas, construcción de aulas, mantenimiento a instalaciones, equipo
y material para las aulas y los laboratorios, contratación de personal
suficiente tanto académico como administrativo que se haga cargo de la
impartición de educación, y no muchas cosas más. Como vemos y sabemos, nada del
otro mundo: ni una de las perlas de la Virgen.
Hemos manifestado también, a través de
las vías que tenemos a nuestro alcance, que estamos dispuestos a exigir al
gobierno, hasta donde podamos, que atienda nuestras necesidades, puesto que
tenemos el derecho y la justificación suficientes y no hay causa legítima que
impida su solución. Por si fuera poco, con los sismos de septiembre, la cosa no
ha hecho más que empeorar, pues nuestra federación agrupa a estudiantes de las
zonas más humildes de todos los estados del país (ningún estado carece de zonas
marginadas) y especialmente de las zonas más afectadas: Puebla, Morelos, Ciudad
de México, Estado de México, Chiapas, Oaxaca, entre otros.
Deberíamos saber, compañeros, que el
Estado y el gobierno que lo represente, tienen la obligación constitucional de
garantizar al pueblo mexicano “la calidad en la educación obligatoria de manera
que los materiales y métodos educativos, la organización escolar, la
infraestructura educativa y la idoneidad de los docentes y los directivos
garanticen el máximo logro de aprendizaje de los educandos” (Artículo 3º
constitucional), además, el criterio que orientará esa educación, dice nuestra
Carta Magna, “será de calidad, con base en el mejoramiento constante y el
máximo logro académico de los educandos” (Ibíd.).
Por lo tanto, exigir que este criterio constitucional se cumpla es plenamente
nuestro derecho y por tanto nosotros, como jóvenes en quienes recae
esencialmente tal deber estatal, nos mostramos como verdaderos patriotas al
demandar al Estado que cumpla con su deber.
Esto último es sumamente
importante, porque en las condiciones de desarrollo de nuestra sociedad, tanto
la mundial como la mexicana, todo el sistema está orientado a hacernos sentir individuos plenamente capaces dentro de
un mundo globalizado, con oportunidades infinitas de triunfar y con acceso
ilimitado al conocimiento y las ventajas de la evolución técnica y científica.
Se nos bombardea constantemente en las redes sociales, en la televisión, en
todo tipo de anuncios, con ideas que nos llenan de humo la cabeza diciéndonos
que podemos comernos el mundo a bocados si tan solo nos dedicamos a lo nuestro,
a aprovechar las bondades que el sistema nos da, y con gran esfuerzo combinado
con una estrategia de triunfo, podemos llegar a los cuernos de la luna. No es
raro que nos vendan basura editorial tipo “Padre
rico, padre pobre”, “Diez estrategias
para triunfar”, “Hábitos para ser
exitoso y millonario” para embaucarnos con esas bobadas.
Nos han insuflado hasta el tuétano,
hasta el núcleo de nuestro sistema nervioso, la idea de que lo importante en la
vida es, pues, “triunfar”, llegar a ser un personaje en la vida social, un Bill
Gates, un Carlos Slim, una Kim Kardashian, un Justin Trudeau o un Justin Bieber;
que el fin de la vida es hacer dinero, y luego dedicarse a despilfarrarlo en
una vida de excesos, de drogas, de sexo, de lujos. “Y si no llegas a hacerlo, es porque no quieres”, porque eres
flojo, porque eres tonto, porque “los mexicanos de por sí hacemos las cosas al ahí se va”, y que los pobres “están
jodidos porque quieren”, y un sin fin de basura ideológica de ese estilo. Y
entonces, si alguien cuestiona todo eso, si decimos que no es cierto, que está
mal, que en realidad el sistema no está diseñado para eso (que incluso si te
esfuerzas tanto como Bill Gates, lo más probable es que nunca llegues a ser
como él) y en vez de dedicarse a buscar quimeras, intenta convencer a los de su
clase que la única oportunidad que hay para lograr un mejor futuro es luchar
por él en colectivo, y con la fuerza que brinda al pueblo su unidad, entonces
la sociedad entera te tacha de revoltoso, de agitador, de no tener nada que
hacer, de querer desestabilizar al país.
Es
decir, nos ha penetrado tan profundo la idea de que el hombre es un individuo
aislado, que la sociedad le ha puesto todo en bandeja de plata para que lo
aproveche y que lo único a lo que hay que aspirar es a encontrar la estrategia
adecuada para servirse de ese hecho y alcanzar el éxito, que si alguien llama a la colectividad, a la solidaridad, a
la fraternidad, a la organización de todos los pobres para alcanzar un mejor
futuro común, se le debe ver como un vago que no tiene nada mejor que hacer y
que pierde su tiempo por tal motivo. ¡Pero eso no es cierto, compañeros!
En
realidad, somos nosotros, los que nos organizamos y exigimos, los que estamos
dispuestos a salir a la calle, los que nos convertimos en un ciudadano
colectivo de miles de inteligencias y brazos los que en verdad hacemos que la
sociedad sea menos injusta y más vivible.
La única posibilidad que tenemos los
pobres para que en nuestro porvenir brille alguna luz de esperanza es la
organización. Y así como nos toca reclamar a la SEP que cumpla con lo que por
ley nos corresponde, también es nuestra tarea, como estudiantes conscientes,
claros y abnegados, explicar con paciencia y tenacidad al resto de nuestros
compañeros, a nuestros padres, a nuestros hermanos, a todo el que podamos, que
la fuerza inmensa del pueblo será la herramienta indispensable con la que
podamos transformar nuestro país.
Esas dos son, fundamentalmente, nuestras tareas.
¡Adelante, camaradas!
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