‘Para qué les digo que no, si sí’
La revelación del coordinador de los diputados priístas tiene varios
telones de fondo
Por Juan Bustillos el 17 de mayo de 2015
Entre otros, que el sonorense, una vez en la oficina que ocupa César
Camacho, sé ‘adueñará’ de la maquinaria tricolor para tener, en su favor, la
estructura hacia el 2018
O que marcaría la ‘sana distancia’ entre el partido y el gobierno; que
los presidenciables Luis Videgaray y Miguel Osorio Chong estarán desgastados
En fin, la cuestión es dilucidar si Manlio se fue por la libre o si
habló de sus aspiraciones contando con la venia del jefe del priísmo
Hace tiempo que intento imaginar el diálogo entre Enrique Peña Nieto y
Manlio Fabio Beltrones cuando se sienten a platicar del futuro inmediato del
coordinador de los diputados priístas; de hecho, si pudiera, me gustaría
presenciar de cerca el episodio. Se trata, sin embargo, lo sé, de un deseo
imposible, por desmesurado.
Los conozco tan a fondo como puede hacerlo quien, durante décadas, ha
sido beneficiario de su amistad y confianza de ambos (de menos tiempo del
Presidente de la República); no obstante, no me atrevo a suponer que el
episodio vaya a ocurrir en el sentido de algunas de las especulaciones en
circulación; más aún, ignoro si ya ocurrió, como sugiere la revelación,
inesperada, del sonorense de su ilusión de dirigir al PRI.
El encuentro, ya superado o por ocurrir, tiene varios telones de fondo
que nadie desconoce, pero del que pocos nos atrevemos a hablar por temor a la
reacción de uno y otro, pero a esta edad qué más puede pasar:
a) La convicción del coordinador de los diputados tricolores de ser el
mejor militante, por encima de los cercanos al Presidente, para liderar su
partido en los momentos más difíciles de lo que resta del sexenio, previos a la
postulación del candidato presidencial priísta para el siguiente sexenio.
b) Ser el único en saber “para qué quiere” el PRI el gobierno, como lo
preguntaba, una y otra vez, en la contienda pasada, en la que perdió con
Enrique Peña Nieto.
c) La opinión generalizada de que, una vez en la oficina que hoy ocupa
César Camacho, usará la maquinaria partidista para colocar a sus leales en las
gubernaturas, alcaldías y congresos locales por renovar, de tal suerte que la
estructura quede aceitada a medida de sus aspiraciones del 2018.
d) El desgaste, insuperable, a que las crisis políticas y económicas
recurrentes someterán a los 2 cercanos a Peña Nieto, Luis Videgaray y Miguel
Osorio Chong, presidenciables desde el inicio de la campaña pasada y líderes
indiscutidos del gobierno.
e) La suposición de que el diputado Beltrones, una vez a la cabeza del
PRI, establecerá, paulatinamente, la “sana distancia” entre el partido y el
gobierno, de que hablaba Ernesto Zedillo, para, llegado el momento, despojar al
Presidente de su facultad histórica de designar al candidato a sucederlo
después de sondear a todas las fuerzas que inciden en la vida nacional.
f) La supuesta revancha alimentada con paciencia de monje cartujo por
Manlio, convencido de que debió ser el candidato en 2012 y de que el país
caminaría en otra dirección si él fuese el inquilino de Los Pinos.
g) El reagrupamiento, en torno a su persona, del priísmo y del resto de
sectores nacionales alejados del Presidente por la triada compuesta por
Videgaray, Osorio y Aurelio Nuño, que lo mantiene materialmente secuestrado y
que, por estrategia o escasa experiencia, ha despilfarrado el gran activo de
Peña Nieto, el influjo sobre la población y, en especial, del electorado.
h) La presumible exigencia, nada soterrada, de los sectores más
influyentes de llevar al poder a quien no dude en usar la mano firme para
recuperar el orden perdido en algunas regiones importantes del país, amenazante
en convertirse en fenómeno generalizado que conduciría a la anarquía en los
meses previos a la elección federal del 2018.
I) La presunta debilidad del mandatario para imponerse a la situación
de hecho en que lo colocará el activismo de Manlio, ya autodestapado.
SÓLO HAY DOS OPCIONES
Peña Nieto y Beltrones no ignoran todas estas especulaciones, y muchas
más, que ya están en la mente y boca de quienes analizan el futuro con
anticipación.
De hecho, la preferida es en torno a si el Presidente se atrevería a
ofrecerle una embajada en algún país europeo, en especial España o Francia, y
si Manlio aceptaría el tácito destierro que equivaldría ser alejado del país
para evitar su participación en la contienda por la candidatura presidencial a
favor de su persona o de otro priísta.
Manlio, es un hecho, no aceptaría. ¿Qué hacer, entonces, con él?
¿Dejarlo fuera o inventarle un cargo? No es chambista, como Alfredo Castillo,
que lo mismo es procónsul en Michoacán que responsable del deporte nacional.
Es convencimiento generalizado de que Peña Nieto necesitará, una vez
más, de Beltrones, pero que, dadas sus características, sólo puede colocarlo en
dos posiciones: El PRI o la Secretaría de Gobernación.
Por eliminación se especula que, necesariamente, sería el partido
porque el secretario de Hacienda es inamovible y las ideas de Manlio en la
materia, a pesar de ser economista de profesión, no están acordes a los
momentos que vive el país (no olvidemos que propuso reducir el IVA y el ISR a
cambio de que todos paguemos), amén de que Videgaray es la figura indispensable
en el esquema de Peña Nieto; se desecha Gobernación por el supuesto de que en
el momento mismo de relevar a Osorio Chong empezaría a gobernar hasta
adueñarse, paulatinamente, de todos los resortes y timbres operando como un
verdadero jefe de Gobierno, figura que desde el Senado propuso en el sexenio
pasado, de tal suerte que el Presidente pasaría a ser, sin que ingresemos al
sistema parlamentario, mera figura casi simbólica.
Estas suposiciones no contemplan las virtudes, por excelencia, de
Beltrones, la institucionalidad y lealtad con que se comportó cuando el PRI
estaba instalado en Los Pinos, hasta que lo echó el panismo, y demostrada en la
conducción a la fracción legislativa priísta en la aprobación de las reformas
estructurales contenidas en el Pacto por México.
Si se les toma en cuenta, se descarta cualquier estrategia suya para
obligar al Presidente a entregarle la conducción del partido.
El debate se desató con mayor intensidad, aunque no se generalizó en
los medios de comunicación, a partir de la respuesta de Beltrones a una
pregunta sobre sus aspiraciones para dirigir al PRI sembrada en San Luis
Potosí, en una conferencia de prensa.
Respondió como en el sexenio pasado, cuando lo inquirían sobre sus
aspiraciones presidenciales: No lo domina la ambición, sino la ilusión, y que,
como todo militante, sueña con liderar a su partido. Desde luego, le honraría
ser considerado.
Se trata de una rancia, pero eficiente, retórica para decir que sí
quiere sin aceptarlo abiertamente, en la que está más que entrenado. Cuando
competía con Peña Nieto por la candidatura presidencial negaba la ambición
porque, conforme a su definición, se trata de una enfermedad.
ARTURO ZAMORA CRECE, PERO...
La única reacción pública al autodestape de Manlio fue del líder del
PRI, César Camacho; obligado por los reporteros se felicitó de la amplia gama
de priístas que está en condiciones de dirigir al partido (“qué bueno que hay
mucha gente con el empaque, con capacidad, que conoce muy bien el estatus que
guarda un partido de 86 años que quiere vivir lo que viene y no se ancla del
pasado”), pero explicó que “todavía no es tiempo de hablar de nombres; lo que
creo es que hay mucha gente que, seguramente, llegado el momento tendrá interés
por participar en un proceso que todavía no inicia.”
Pero Camacho no dice toda la verdad porque sabe que no es cierta la
existencia de muchos priístas con “empaque” para sucederlo. De hecho, si
aceptara un reto para mencionarlo, le sobrarían los dedos de la mano para
enumerarlos, y cualquier lista empezaría con Beltrones, Osorio Chong y Emilio
Gamboa.
Del secretario de Gobernación ya sabemos; es inamovible en el esquema
del Presidente. De Gamboa ni hablar; no hay en el Senado quien lo pueda
sustituir como coordinador de la bancada priísta. Peña Nieto no necesita
fabricar un agujero en la Cámara Alta.
Emilio pudo ser líder nacional cuando iniciaba, formalmente, la
precampaña, pero se impuso la oferta de Humberto Moreira de no ser candidato a
diputado o senador, ni a suplente, del candidato presidencial. Peña Nieto
necesitaba recorrer el país sin tener que perder el tiempo cuidándose la
espalda y compró la oferta del coahuilense. Con el tiempo sabría que Gamboa es
de los más leales y eficientes políticos que se han cruzado en su camino.
¿Qué otro priísta tiene César en su lista?
Sólo se me ocurre Arturo Zamora, a quien recién incorporó a su equipo
como secretario de Acción Electoral; el senador de Jalisco fue víctima de una
infamia cuando tenía ganada la gubernatura; luego regresaría a los primeros
niveles como secretario general de Gobierno de Aristóteles Sandoval después de
ayudar a Gamboa en el Senado, pero el gobernador resintió su presencia. De
regreso al Distrito Federal ocupó la vicepresidencia de la Cámara Alta y hoy es
el responsable del proceso electoral priísta.
Esta última condición lo puede afectar en el futuro si las cosas no
salen como los estrategas han prometido al Presidente Peña Nieto, pues los
responsables de algunas derrotas se lavarán las manos con él, pero sería un
extraordinario líder de su partido.
En fin, la cuestión es dilucidar si Manlio se fue por la libre o si
habló de sus aspiraciones (“para qué les digo que no, si sí”) contando con la
venia del jefe del priísmo.
Impensable en el coordinador de los diputados una estrategia para
construir una situación de hecho al Presidente. Es decir, provocar un alud
mediático y partidista que impida a Peña Nieto designar con libertad a quien
suceda a Camacho.
Al lado de Roberto Madrazo, y por su propia cuenta, actuó, en los
sexenios panistas, con entera libertad porque los inquilinos de Los Pinos no
eran priístas y, en consecuencia, los tricolores se encontraban en la orfandad.
Esa misma circunstancia permitió a Peña Nieto construir su candidatura sin
necesidad de contar con anuencia de alguien.
Pero, hoy, el priísmo tiene jefe, y éste no abdica ni está dispuesto a
abdicar de sus facultades históricas. Es cierto, muchos se sienten con
atributos (y, sin duda, los tienen) para aspirar al liderazgo del PRI, pero
antes deben convencer al Presidente de que su lealtad es a prueba de todo, que
están a la altura de las circunstancias y de que merecen la oportunidad.
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