martes, 7 de abril de 2020

Alcalde y sindica, uno de los dos está dando mal ejemplo

Por: Jorge Escobedo
¡Nada personal!
* Mientras en otros municipios superan las muertes por coronavirus, alcalde y sindica se desatan en discusiones abiertas
* Tal es el caso del alcalde de Tijuana, Arturo González Cruz, quien dice no tener tiempo para atender protagonismos de la Sindico Procuradora María del Carmen Espinosa Ochoa, quien lo acusa de violencia de genero. (Ver video)
* Lo anterior, luego que la Sindico Procuradora, María del Carmen Espinosa Ochoa acusa al alcalde mediante un video que subió en su cuenta de Facebook donde expone que el alcalde le redujo escolta para su seguridad personal, además de evitarle el acceso por el elevador de funcionarios, debido a las sanciones que ha emitido a elementos de la policía municipal (Ver video)
BAJA CALIFORNIA
Redacción/Quihubole!!!
TIJUANA, a 7 de abril del 2020.- Lo anterior es una clara evidencia de que entre el alcalde y la sindico, existe un marcado revanchismo político, el que no sorprende a nadie, toda vez que esto ya se venía dando desde el inicio de la actual administración.

Luego de estas largas discusiones, evidencia que a menudo vamos ir descubriendo en la posición ridícula en que se encuentran las principales autoridades del gobierno municipal de Tijuana, cada uno dice estar convencido de lo que cada de uno piensa. Aunque, a decir verdad, la responsable de vigilar y defender los intereses municipales y de representar jurídicamente al Ayuntamiento, aunque algunos opinen lo contrario, es a quien le asiste la razón al advertir: “No me voy a quedar callada, no más injusticias contra las mujeres, sea quien sea, ¡Ya basta!”.

Y es que desde esta óptica para este irreverente aprendiz de periodista, desde el punto en que se vea, Espinosa Ochoa, es el Abogado del Municipio el que vigila además de los asuntos de la hacienda pública municipal, su ejercicio hoy por hoy es uno de los más comprometidos con la ciudadanía y por ende, su integridad física merece estar escoltada,  después del alcalde, por supuesto.

Lo anterior, me hace recordar al escritor y filósofo romano de la antigüedad (siglo I antes de Cristo), Marco Tulio Cicerón, quien nos enseña que debemos ser modestos y humildes, cuanto más sobresalientes seamos. Más aún si desempeñamos un cargo público importante, la humildad, debe ser la característica de nuestro desempeño.

La humildad es un valor humano. Es la cualidad moral que nos lleva a conducirnos con sencillez y naturalidad. De la humildad nace el espíritu de servicio, la voluntad de ser útil a los demás.

Lo opuesto a humildad es el orgullo, la soberbia, la arrogancia, debilidades que hacen creer al funcionario que está allí, en el cargo elevado, no para servir, sino para ser servido y reverenciado por los demás.

La arrogancia del funcionario público se manifiesta en el trato despótico a sus subordinados, no sabe escuchar a sus subordinados, es tajante y hiere con facilidad la dignidad y el amor propio de sus empleados.

Y lo que es peor aún, es inaccesible al público, por lo general difícilmente atiende con una sonrisa. Si uno quiere una audiencia, debe solicitar cita, con mucha anticipación y por escrito, indicando el motivo y aguardar la respuesta, siguiendo la trillada y cantante respuesta “deje su número telefónico, nosotros lo agendamos y luego le llamamos”, llamada que nunca llega.

Aparte de que él o la asistente también se hace esperar un largo rato, rara vez atiende oportunamente, aun cuando esté desocupada, leyendo el periódico, pintándose las uñas o chismeando por redes sociales. El funcionario cree que su cargo es tanto más importante, cuanto más tiempo hace esperar al público.

Contribuyen a la arrogancia del funcionario público, ciertas debilidades del desarrollo de su personalidad, como es la baja autoestima. Hay baja autoestima cuando el individuo, en la intimidad de su conciencia tiene una pobre valoración de sí mismo, se siente inseguro, piensa mal de su capacidad para tener éxito y triunfar en la vida.

La soberbia o prepotencia en este caso, es un mecanismo psicológico de defensa, una coraza mental de grandeza que el funcionario construye frente a la humildad en la humildad de la gente para ocultar los sentimientos de minusvalía e inferioridad que yacen en el fondo de su personalidad.

Valdría la pena que tomaran en cuenta que la virtud de la humildad es un requisito intrínseco del cargo público. Un funcionario es, por definición, un servidor público, un servidor del pueblo.

Tal parece que se olvidan que, de acuerdo a los Principios del Derecho, el poder que ejerce el funcionario, procede del pueblo, que, a través del voto los nombró en esa difícil la misión de servir a su mandante. El pueblo, el mandante espera, de acuerdo con estos principios, que el funcionario cumpla correctamente su mandato, con la diligencia y respeto que le merece su mandante.

Cuando desempeñamos un cargo muy importante, “es cuando más cuidado hemos de poner a no dar entrada a las lenguas lisonjeras, cerrando los oídos a las adulaciones, con las cuales es muy fácil dejarse engañar, porque nos tenemos por dignos que nos alaben, de donde se originan muchos defectos”. (Cicerón)

“El que observe estas reglas”, concluye Cicerón, puede vivir magnifica, grave y animosamente; y también con sencillez y deidad; y en la gracia y estimación de todos los demás hombres” (Cicerón “Los Ocios”, Libro I)

Y algo más importante. Lo que nos enseña Jesús: “Bienaventurados los humildes, porque ellos heredarán la tierra” (Mateo 5:3-4).

Nos dice Pedro, inspirado en el Espíritu Santo: “Revestíos de humildad hacia los demás, porque Dios resiste a los soberbios y da gracia a los humildes”. (1ra. De Pedro 5:5). Pero que conste, no es… ¡Nada personal!

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